Se cumplen 10 años de la manifestación que llevó a miles de personas a Madrid, aquí una crónica que hice en su momento.
Domingo 11 de marzo de 2001, 6:00A.M. Me subo al autocar que nos va a llevar a un lugarón manchego al que muchos llaman Madrid y al que cada vez menos gente considera la capital de su país. El trayecto va transcurriendo sin incidencias. Me acurruco en el incómodo asiento y dormito observando. Al comienzo, de las primeras luces que dibujan borrosamente el paisaje de la Plana de Uesca. Pasamos Almudébar y nos vamos adentrando paulatinamente en el valle del Ebro. Una vez pasada Zaragoza el verdadero espectáculo está en la llamada autovía de Aragón, delante nuestro hay una hilera de autocares en donde no se adivina el fin, te hace preguntarte dónde estará el primero de esta larga y épica marcha. Si miras hacia atrás ocurre exactamente lo mismo. Es en estos momentos en el que te alegras de ser y ejercer de aragonés, y que tanta gente comparta ese sentimiento contigo.
Ponen un vídeo sobre el P.H.N. y sus “cisternas”, esos grandes pantanos que, bajo la excusa de hectáreas de riego, no son sino piezas maestras del trasvase. Inundar nuestro país y sus valles para el beneficio del gran capital de fuera de nuestras fronteras. Hay todavía gente que se asombra de lo que ocurrió en Chanobas. Bastantes desconocen la realidad y las motivaciones de Santaliestra, Biscarrués y el recrecimiento de Yesa. La lucha por algo tan básico como informar es labor de titanes en nuestra vieja nación. Es más fácil manipular y desinformar, la gran lástima es que para ello se utilicen caudales públicos. Pero para más INRI esa labor de desinformar la encabeza (entre otros) un partido que se autoproclama aragonesista, pero que en realidad nunca ha pasado de representar a lo más rancio, decadente y regionalista de nuestro país.
De vez en cuando me viene una rica vaporada de costo, que me hace recordar la pasada noche de borina. Pero el agreste paisaje me devuelve a la dura realidad, extensos campos de cereal, todavía verdes por las copiosas lluvias de este invierno. Pero ello no oculta la seca realidad, serrijones y colinas cubiertas de plantas de crecimiento anual, matorrales abiertos y apenas alguna carrasca que no pasa de un crecimiento arbustivo. En las laderas de esos tozales, en donde hay las clásicas torrenteras que van erosionando y arrastrando la tierra, existen todavía viejos bancales. Apenas una docena de famélicas almendreras que, valientemente, se atreven ya a florecer. De aquí, de estas secas tierras se pretende sacar el agua, esto parece ser la zona húmedo-atlántica por excelencia de los tecnócratas del gobierno español. Como para dar la razón a estos pensamientos suena en este momento la canción “Aragón” de J.A. Labordeta. “Polvo, viento, niebla y sol…” Y entre vaporada y vaporada de costo y con esta canción a modo de nana me quedo dormido.
Me despierto justo cuando estamos a 10 Km. de Madrid, desde los altavoces se nos recomienda guardar la respiración para evitar contaminarnos del tufo aznarista-centralista. Más de uno cumple con el precepto y procura respirar lo menos posible. Me acerco a la parte delantera para ver la ringlera de autocares que nos precede, me percato de que tenemos una entrada especial para llegar al centro de la ciudad. Es realmente espectacular, la policía local nos escolta por las calles como si fuéramos un equipo de la Champions League. Oigo por la radio del chófer conversaciones que mantienen camioneros, apenas si pueden creerse lo que ven. Uno afirma que va a haber “más maños que madrileños” y que está bien que nos manifestemos; otro le contesta que a ver si ahora vamos a ser “como los catalanes”, a lo que otro tercia: “Nada, que mi madre es aragonesa y hoy iba a manifestarse, y me parece muy bien, cuando vamos en el verano al pueblo traen el agua en cubas”. Me tenía que haber quedado para ver cómo terminaba la conversación, pero el chófer, un cordobés afincado en Lleida (de donde era la empresa que nos llevaba) con una cortesía no exenta de mala leche me dice que me vaya.
Conforme nos adentramos en la ciudad, los autocares nos empezamos a molestar unos a otros, los conductores autóctonos flipan ya que no saben de qué va la fiesta. Por fin aparcamos, nos bajamos con nuestras banderas y avanzamos, tal cantidad de gente es inaudita, catalanes muchos, aragonesas y aragoneses la gran mayoría. Vemos y oímos a Os diaples d’a Yerba, bailamos y cantamos con dulzainers y gaiters y gritamos eslóganes, tales como: “Aznar enano al fondo del pantano”, “Queremos un pantano en la Puerta del Sol”, “Queremos un pantano de bin d’o Semontano”, Aragón ye nazión, autodeterminación”, “Independencia t’Aragón” y se tacha de asesinos e inconscientes a los y las portadores/as de las pancartas “YESA SÍ”.
Vamos adelantando posiciones, se dice que si no hacemos así no tendremos sitio. Llegamos justo para los discursos, en general aburridos, todos y todas sabemos por qué estamos manifestándonos. No somos peleles manipulados por un viaje a Madrid. Veo a un hombre mayor, de unos ochenta años, bajo este sol de mediodía, aguantando el calor y los empujones inevitables que se producen siempre, se le nota algo cansado pero con un brillo especial de ilusión en los ojos; sólo puedo desear que cuando tenga su edad tenga la misma ilusión y ganas de luchar. La cosa termina con el oficioso himno de Aragón, el “Canto a la libertad”, entonado a capella por el Abuelo y por la gran mayoría de gente, su trepidante “Habrá un día en que todos…” todavía retumba en nuestras cabezas mientras comemos nuestros bocatas que acompañamos de kalimotxo y de vino que nos van cediendo gentes de Ateca, Vicién y Ejulve. Cada uno nos dice que es el mejor vino de Aragón, y nosotros brindamos gustosos por ello. Así entre sol y sombra de alguna cafetería pasamos parte de la tarde, pero tenemos poco tiempo, salimos a las 16 horas.
Cuando ya volvíamos caminando para el autocar le preguntamos a un guardia urbano por el número de manifestantes; según sus cálculos nos comenta que alrededor de 325.000, le preguntamos que qué datos darán, se encoge de hombros, sonríe algo resignado y contesta: “Depende de lo que digan los de arriba”, nos dice señalando al cielo al mismo tiempo, como si eso dependiera de Dios o de San Pedro. Uno ya se espera que rebajen esa cifra en 200.000, lo único bueno es que a los que mandan sí que les dirán la cifra correcta.
La vuelta no tiene mucha historia, los que no duermen charran sobre lo divino y lo humano, se hacen risas y se procura terminar con al pacharán y el vino sobrante. Entrando ya de nuevo en Aragón por la comarca de Calatayud suena por los altavoces música más o menos reciente (Ricky Martin, Chayanne, Triana Pura…) y te preguntas si merece la pena luchar por todo esto. Porque la razón de la sinrazón es la que muchas veces parece imponerse. Cambian la cinta, ponen Mallacán, la cosa mejora. Sí, finalmente sí que merece la pena, la historia no está escrita. No dejaremos que enfanguen el país, no dejaremos que la historia la escriban los más idiotas.
Domingo 11 de marzo de 2001, 6:00A.M. Me subo al autocar que nos va a llevar a un lugarón manchego al que muchos llaman Madrid y al que cada vez menos gente considera la capital de su país. El trayecto va transcurriendo sin incidencias. Me acurruco en el incómodo asiento y dormito observando. Al comienzo, de las primeras luces que dibujan borrosamente el paisaje de la Plana de Uesca. Pasamos Almudébar y nos vamos adentrando paulatinamente en el valle del Ebro. Una vez pasada Zaragoza el verdadero espectáculo está en la llamada autovía de Aragón, delante nuestro hay una hilera de autocares en donde no se adivina el fin, te hace preguntarte dónde estará el primero de esta larga y épica marcha. Si miras hacia atrás ocurre exactamente lo mismo. Es en estos momentos en el que te alegras de ser y ejercer de aragonés, y que tanta gente comparta ese sentimiento contigo.
Ponen un vídeo sobre el P.H.N. y sus “cisternas”, esos grandes pantanos que, bajo la excusa de hectáreas de riego, no son sino piezas maestras del trasvase. Inundar nuestro país y sus valles para el beneficio del gran capital de fuera de nuestras fronteras. Hay todavía gente que se asombra de lo que ocurrió en Chanobas. Bastantes desconocen la realidad y las motivaciones de Santaliestra, Biscarrués y el recrecimiento de Yesa. La lucha por algo tan básico como informar es labor de titanes en nuestra vieja nación. Es más fácil manipular y desinformar, la gran lástima es que para ello se utilicen caudales públicos. Pero para más INRI esa labor de desinformar la encabeza (entre otros) un partido que se autoproclama aragonesista, pero que en realidad nunca ha pasado de representar a lo más rancio, decadente y regionalista de nuestro país.
De vez en cuando me viene una rica vaporada de costo, que me hace recordar la pasada noche de borina. Pero el agreste paisaje me devuelve a la dura realidad, extensos campos de cereal, todavía verdes por las copiosas lluvias de este invierno. Pero ello no oculta la seca realidad, serrijones y colinas cubiertas de plantas de crecimiento anual, matorrales abiertos y apenas alguna carrasca que no pasa de un crecimiento arbustivo. En las laderas de esos tozales, en donde hay las clásicas torrenteras que van erosionando y arrastrando la tierra, existen todavía viejos bancales. Apenas una docena de famélicas almendreras que, valientemente, se atreven ya a florecer. De aquí, de estas secas tierras se pretende sacar el agua, esto parece ser la zona húmedo-atlántica por excelencia de los tecnócratas del gobierno español. Como para dar la razón a estos pensamientos suena en este momento la canción “Aragón” de J.A. Labordeta. “Polvo, viento, niebla y sol…” Y entre vaporada y vaporada de costo y con esta canción a modo de nana me quedo dormido.
Me despierto justo cuando estamos a 10 Km. de Madrid, desde los altavoces se nos recomienda guardar la respiración para evitar contaminarnos del tufo aznarista-centralista. Más de uno cumple con el precepto y procura respirar lo menos posible. Me acerco a la parte delantera para ver la ringlera de autocares que nos precede, me percato de que tenemos una entrada especial para llegar al centro de la ciudad. Es realmente espectacular, la policía local nos escolta por las calles como si fuéramos un equipo de la Champions League. Oigo por la radio del chófer conversaciones que mantienen camioneros, apenas si pueden creerse lo que ven. Uno afirma que va a haber “más maños que madrileños” y que está bien que nos manifestemos; otro le contesta que a ver si ahora vamos a ser “como los catalanes”, a lo que otro tercia: “Nada, que mi madre es aragonesa y hoy iba a manifestarse, y me parece muy bien, cuando vamos en el verano al pueblo traen el agua en cubas”. Me tenía que haber quedado para ver cómo terminaba la conversación, pero el chófer, un cordobés afincado en Lleida (de donde era la empresa que nos llevaba) con una cortesía no exenta de mala leche me dice que me vaya.
Conforme nos adentramos en la ciudad, los autocares nos empezamos a molestar unos a otros, los conductores autóctonos flipan ya que no saben de qué va la fiesta. Por fin aparcamos, nos bajamos con nuestras banderas y avanzamos, tal cantidad de gente es inaudita, catalanes muchos, aragonesas y aragoneses la gran mayoría. Vemos y oímos a Os diaples d’a Yerba, bailamos y cantamos con dulzainers y gaiters y gritamos eslóganes, tales como: “Aznar enano al fondo del pantano”, “Queremos un pantano en la Puerta del Sol”, “Queremos un pantano de bin d’o Semontano”, Aragón ye nazión, autodeterminación”, “Independencia t’Aragón” y se tacha de asesinos e inconscientes a los y las portadores/as de las pancartas “YESA SÍ”.
Vamos adelantando posiciones, se dice que si no hacemos así no tendremos sitio. Llegamos justo para los discursos, en general aburridos, todos y todas sabemos por qué estamos manifestándonos. No somos peleles manipulados por un viaje a Madrid. Veo a un hombre mayor, de unos ochenta años, bajo este sol de mediodía, aguantando el calor y los empujones inevitables que se producen siempre, se le nota algo cansado pero con un brillo especial de ilusión en los ojos; sólo puedo desear que cuando tenga su edad tenga la misma ilusión y ganas de luchar. La cosa termina con el oficioso himno de Aragón, el “Canto a la libertad”, entonado a capella por el Abuelo y por la gran mayoría de gente, su trepidante “Habrá un día en que todos…” todavía retumba en nuestras cabezas mientras comemos nuestros bocatas que acompañamos de kalimotxo y de vino que nos van cediendo gentes de Ateca, Vicién y Ejulve. Cada uno nos dice que es el mejor vino de Aragón, y nosotros brindamos gustosos por ello. Así entre sol y sombra de alguna cafetería pasamos parte de la tarde, pero tenemos poco tiempo, salimos a las 16 horas.
Cuando ya volvíamos caminando para el autocar le preguntamos a un guardia urbano por el número de manifestantes; según sus cálculos nos comenta que alrededor de 325.000, le preguntamos que qué datos darán, se encoge de hombros, sonríe algo resignado y contesta: “Depende de lo que digan los de arriba”, nos dice señalando al cielo al mismo tiempo, como si eso dependiera de Dios o de San Pedro. Uno ya se espera que rebajen esa cifra en 200.000, lo único bueno es que a los que mandan sí que les dirán la cifra correcta.
La vuelta no tiene mucha historia, los que no duermen charran sobre lo divino y lo humano, se hacen risas y se procura terminar con al pacharán y el vino sobrante. Entrando ya de nuevo en Aragón por la comarca de Calatayud suena por los altavoces música más o menos reciente (Ricky Martin, Chayanne, Triana Pura…) y te preguntas si merece la pena luchar por todo esto. Porque la razón de la sinrazón es la que muchas veces parece imponerse. Cambian la cinta, ponen Mallacán, la cosa mejora. Sí, finalmente sí que merece la pena, la historia no está escrita. No dejaremos que enfanguen el país, no dejaremos que la historia la escriban los más idiotas.
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