jueves, marzo 22, 2012

Hablemos de incoherencias

Vivimos en un país donde nos gusta criticar. Ciertamente es una posición fácil, cómoda y que permite cierto desahogo de los cabreos diarios. Lo que pasa es que al final siempre, o casi siempre, terminamos criticando "al otro" dejando de lado nuestras propias inconsistencias.

Desde la izquierda se quiere que las personas no tengan limitación a la hora de vivir donde sea. Bien, de acuerdo con la idea, pero no se quiere que, por la llegada de gente de otros territorios se produzca una merma de la calidad de vida. Es decir, si llega mucha gente que está acostumbrada a vivir con menos, o no le importa tener menos derechos, porque comparativamente está mucho mejor que en su país de origen, lo normal es que en la sociedad capitalista en la que estamos se produzca un "reequilibrio" de oferta y demanda y los sueldos y derechos bajen. Lo mismo pasa con la globalización de la economía, si abres tus mercados estás rebajando los derechos colectivos.

Claro, algunos apuntarán que para eso están las medidas correctoras socialdemócratas. Obliguemos por ley, independientemente de los equilibrios oferta-demanda, a que todas las trabajadoras tengamos los mismos derechos. Pero esa "solución" se encuentra con 2 obstáculos:

a) La socialdemocracia ha aceptado la apertura de mercados, sin importarle las condiciones de vida ni los derechos que pudiera tener la clase trabajadora en China, India o Mozambique. Aquí habría que planear un arancel proporcional a la calidad democrática de los países importadores. Sí, tenemos que volver a políticas nacionalistas para salvaguardar a la clase trabajadora propia y castigar a los Estados tiranos. El problema es que se ha aceptado el dogma de que al desarrollo económico vienen asociados los derechos civiles. Y eso es mentira, tenemos de ejemplo claro Arabia Saudí.

b) Y más grave todavía. La socialdemocracia acepta otro dogma de fe neoliberal, el crecimiento económico es infinito; "trabajad y consumid" dijo el entonces presidente de gobierno Rodríguez Zapatero. No, eso es imposible. No se puede optar por querer dar a todo el mundo el nivel de consumo de un europeo occidental medio. Pero sí que se puede y sí que se debe apostar por dar un nivel de vida medio europeo.

La calidad de vida no se mide (o no se debería medir) por la cantidad de cacharros/ropas/coches que pueda uno comprar, y esa es una clave por la que hay que apostar. Hemos de decrecer en consumo, no en calidad de vida. El liberalismo quiere lo contrario, que decrezcamos en calidad de vida pero que aumentemos nuestro consumo.

Las izquierdas en general hemos caído en muchas trampas ideológicas. Ya va siendo hora de que nos libremos de ellas, porque lo peor que podemos ofrecer a la sociedad es incoherencia.

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