Lo escribí hace ahora un año, pero dado que se acercan elecciones voy a intentar refrescarlo un poco...
Nuestro protagonista podría
ser mujer u hombre, pero hemos decidido asignarle sexo masculino, pero
que ninguna sienta envidia, porque él podría ser tranquilamente ella.
Nuestro protagonista al principio sentía envidia por las personas que no eran como él. Adoraba a aquellos que eran capaces de hacer un análisis lúcido de la situación y plantear alternativas.
Él no era tonto, pero tampoco era especialmente brillante, tenía dotes como relaciones públicas y por su afabilidad y sencillez caía bien al común de los mortales. En aquella época se sentía feliz llevando a cabo las ideas de las personas que él consideraba más inteligentes que él.
También era ambicioso, quería medrar en su organización y, a su manera lo había hecho. Llegó a puestos de cierta responsabilidad, pero terminó siendo relegado a funciones en teoría menores.
Con el tiempo se había dado cuenta de que las personas más brillantes que había conocido podían haber triunfado o no, pero tanto unas como otras habían terminado desapareciendo, mientras que él en su medianía y en su afabilidad había seguido en su sitito. Amasando experiencia, acumulando información, siendo la persona de referencia para muchas personas que pasaban por su oficina una o dos veces al año, personas que, fiándose de él, harían y votarían lo que les dijera. Personas que no conocían más de la organización, sólo a nuestro sonriente, afable y simple personaje. Tras varios años llegó a la conclusión de que él era el listo y los listos unos pringados con los que podía jugar dada su privilegiada situación.
Al final, las personas más listas, más brillantes, tenían que pasar por el aro. Él, tras su sonrisa decía qué era lo más conveniente. Toda iniciativa, por inteligente que fuera tenía que pasar por el embudo de su medianía intelectual.
Con el tiempo el mediocre que aspiraba a ser como los brillantes, se convirtió en el catalizador necesario para que la maquinaria de la organización funcionase. Como resultado, en lugar de que los empleados se pareciesen en brillantez a los jefes, resultó que los jefes terminaron reflejando la medianía de los subalternos.
Y así funcionan los partidos políticos y otras organizaciones semejantes...
Nuestro protagonista al principio sentía envidia por las personas que no eran como él. Adoraba a aquellos que eran capaces de hacer un análisis lúcido de la situación y plantear alternativas.
Él no era tonto, pero tampoco era especialmente brillante, tenía dotes como relaciones públicas y por su afabilidad y sencillez caía bien al común de los mortales. En aquella época se sentía feliz llevando a cabo las ideas de las personas que él consideraba más inteligentes que él.
También era ambicioso, quería medrar en su organización y, a su manera lo había hecho. Llegó a puestos de cierta responsabilidad, pero terminó siendo relegado a funciones en teoría menores.
Con el tiempo se había dado cuenta de que las personas más brillantes que había conocido podían haber triunfado o no, pero tanto unas como otras habían terminado desapareciendo, mientras que él en su medianía y en su afabilidad había seguido en su sitito. Amasando experiencia, acumulando información, siendo la persona de referencia para muchas personas que pasaban por su oficina una o dos veces al año, personas que, fiándose de él, harían y votarían lo que les dijera. Personas que no conocían más de la organización, sólo a nuestro sonriente, afable y simple personaje. Tras varios años llegó a la conclusión de que él era el listo y los listos unos pringados con los que podía jugar dada su privilegiada situación.
Al final, las personas más listas, más brillantes, tenían que pasar por el aro. Él, tras su sonrisa decía qué era lo más conveniente. Toda iniciativa, por inteligente que fuera tenía que pasar por el embudo de su medianía intelectual.
Con el tiempo el mediocre que aspiraba a ser como los brillantes, se convirtió en el catalizador necesario para que la maquinaria de la organización funcionase. Como resultado, en lugar de que los empleados se pareciesen en brillantez a los jefes, resultó que los jefes terminaron reflejando la medianía de los subalternos.
Y así funcionan los partidos políticos y otras organizaciones semejantes...
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