domingo, noviembre 08, 2009

A Andrés Gelás


Hay momentos en donde el significado de la existencia se nos muestra crudo, más vasto que mil universos y más riguroso que la peor de las tormentas en el peor de los mares.

No soy dado a llorar, más bien tiendo a analizar, a ver qué ha pasado, por qué y si tiene solución, sin embargo cuando llega el momento, sentir lágrimas corriendo por tus mejillas te reconforta más que mil ideas, razonamientos o cabilaciones. Es entonces cuando comprendes que hay instantes que parecen milenios, cuando compruebas que los sueños rotos te hieren como astillas de cristal, pequeñas, punzantes e imposibles de arrancar. Vives días en donde el sol nace muerto y el nuevo día es más viejo que el ayer.

Estas líneas surgen ahora porque me siento preparado, porque aunque Andrés Gelás Garanto (quiero decir su nombre completo) es un recuerdo recurrente, decir algo sobre él se me hace increíblemente duro. De hecho pienso que escribir sobre él es casi un pecado, porque aunque fuese capaz de describir su fortaleza, su inteligencia, su afabilidad, su maravilloso sentido del humor, su entrega, su diciplina, su honradez, su cortesía o incluso su franca risa, esa descripción no sería sino la sombra de la sombra reflejada en un oscuro lago.

Así que no voy a escribir un panegírico, simplemente quiero recordar la impronta que Andrés nos dejó en los corazones de la gente que lo conocimos y tuvimos el lujo de compartir parte de nuestra vida con él. La semilla de la inmortalidad está en cada una de nosotras, mientras haya alguien que nos considere más allá de una presencia física, mientras haya personas que sonrían y nos echen de menos cada vez que nuestra imagen aparezca en su recuerdo. Sé que hablaré de Andrés a mis hijos, sé que si tengo la oportunidad mis nietas sabrán de él.

Una leucemia nos apartó de él cuando apenas había acabado la universidad. La muerte puede que no sea sino el último beso en la boca que nos da la vida, pero ese día algo se rompió en el corazón de todas las que conocíamos a Andrés. Pero también desde ese día todos comprendemos que la mejor manera de regar y cuidar la semilla de su inmortalidad es no olvidarle y que la mejor forma de recordarle es con una sonrisa, esa perenne sonrisa que Andrés lucía y que nos hacía y nos hace mirar al futuro con un poco más de optimismo.


1 comentario:

ruben dijo...

No muere que lo que se ixublida