En el mundo laboral la tecnología ha cambiado todo. Desde el inicio mismo de la Revolución Industrial las máquinas tuvieron un doble papel. Por una parte la tecnología desde el comienzo favoreció el que se produjera más a menor precio por unidad, eso llevó a despidos masivos de trabajadores que, a su vez, se organizaron en grupos ludistas, que protestaban por esos despidos y por la bajada de salarios, estos grupos llegaban a destrozar las máquinas que les quitaban el trabajo y les bajaban el sueldo. Posteriormente este germen de descontentos se organizó a través de los sindicatos de clase, con una ideología y objetivos mucho más claros e ideologizados que la mera reacción a la mecanización de la industria.
Al final, tras muchos años de lucha y tras mucha sangre derramada, se llegó a un acuerdo tácito entre el empresariado y el proletariado. Dado que la mecanización de los procesos permitía unos ingresos mucho mayores, los trabajadores que se quedaban, al estar además “cualificados” para el manejo de maquinaria complicada, recibían unos salarios mayores e iban teniendo jornadas laborales más humanas.
Esta dinámica se fue manteniendo (con tiras y aflojas y con más o menos problemas) durante todo el siglo XX. Pero a finales del mismo y principios de este la cosa ha ido cambiando. Vemos cómo las empresas ponen a disposición de sus empleadas ordenadores, teléfonos con Internet y todo lo que la informática y la técnica pueden ofrecer. Hoy en día en el mundo laboral tenemos el mayor acceso tecnológico que podamos imaginar. Eso quizá debería significar que trabajamos menos, pero no, gracias (o precisamente por culpa de esta tecnología) la empresa consigue más beneficios por trabajador de lo que se hubiera podido imaginar hace solo 15 años. Es decir, se ha roto uno de los “contratos tácitos”, aquel que decía que a mayor tecnología, más eficiencia y por tanto una jornada semanal de menos horas de trabajo.
Pero además tenemos las espeluznantes declaraciones del presidente del Banco Central Europeo al Wall Street Journal, en donde dice que el “tradicional contrato social del continente europeo es obsoleto” y que “continuando con los problemas económicos se forzará a los países a cambios estructurales en sus mercados de trabajo y otros aspectos de la economía para lograr la prosperidad en el largo plazo”. Para rematar el ex vicepresidente de Goldman Sachs en Europa suelta que “hubo un momento en el que [el economista] Rudi Dornbusch solía decir que los europeos son tan ricos que pueden permitirse el lujo de pagar a todo el mundo por no trabajar. Eso ha desaparecido”.
Bien, por partes, no sé cuándo se pagó a la gente por no trabajar, en todo caso las trabajadoras pagaban con una parte de su sueldo una provisión en caso de quedarse en el paro. Después, que un tipo que está al frente del BCE esté diciendo entre líneas que hay que favorecer la crisis para así hacer cambios en la economía y el mercado laboral para acabar con un contrato social que ha permitido el mayor desarrollo económico y el mayor periodo de paz en Europa es como para empezar a plantearse un magnicidio. Por último, que alguien me explique cómo el contrato social europeo se podía mantener con la economía de los años 70 y 80 del siglo pasado y no se puede mantener en el 2012 cuando las empresas ganan más dinero y el PIB de los distintos Estados que forman Europa es más alto que en esas épocas.
No, que quede claro. Si quieren romper el statu quo que lo hagan, pero por favor, que no nos traten como gilipollas. Y que acepten que a toda acción le sigue una reacción.
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