Artículos donde un nacionalista aragonés de izquierdas refleja su vision sobre el mundo.
martes, febrero 12, 2008
LA NATURALEZA DEL CRECIMIENTO CAPITALISTA
Ya fa un tiempo escribí iste articlo sobre a naturaleza d'o creximiento capitalista, ye una mica largo pero puede estar intresán. jejeje, sobre tot ta la chen que quiera presentar un treballo en l'istituto u facultá.
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LA NATURALEZA DEL CRECIMIENTO CAPITALISTA
Realizar un discurso que abarque más de doscientos años de capitalismo moderno y relacionarlo con el desarrollo regional no es fácil, en primer lugar porque considero que una de las características que más puede definir al capitalismo es su capacidad de adaptación. Y así, capitalismo es la socialdemocracia sueca tanto como lo era el capitalismo en la época franquista, con múltiples matices, con diferencias que son abismos. Sin embargo las reglas básicas del juego son las mismas, para Francia o para Kuwait. De hecho, considero que esta fue la característica principal que le permitió sobrevivir a su “enemigo”; el socialismo real soviético, que, por otro lado, yo no me atrevería a llamarlo socialismo o comunismo, en el fondo parecía más un capitalismo de estado enmarcado en una legalidad rígida y autoritaria.
Bien, partiendo de esta realidad, es fácil ver cuán difícil es englobar las evoluciones regionales dentro del capitalismo. La suerte es que esto lo restringimos al ámbito del Estado español; la mala noticia es que hay 17 Comunidades Autónomas, 51 provincias e innumerables comarcas, además las comarcas tampoco han de ser homogéneas entre sí. Sin embargo esto no nos ha de desalentar, si entendemos que el capitalismo, más allá de todas sus variantes, es un sistema coherente, habrá de seguir unas pautas más o menos fijas de actuación, y si las desentrañamos, esas pautas nos servirán para estudiar cualquier fenómeno en cualquier lugar.
El capitalismo moderno surgió como un cúmulo de circunstancias que se dieron en un sitio concreto en un momento concreto, de hecho hubo regiones donde se daban circunstancias muy parecidas. Los Países Bajos tenían por ejemplo una flota comercial importante, una densidad poblacional adecuada, una tradición industriosa y una agricultura igual o más avanzada que la inglesa. Como datos se pueden apuntar que en el año 1700 más de la mitad de la población inglesa se dedicaba al sector primario (un 56 %), mientras que en los Países Bajos sólo lo hacía el 40 %, así mismo el 33 % de la población se dedicaba a la industria, nivel que Inglaterra sólo igualaría en 1820.
Sin embargo la chispa no se dio en Holanda, sino en Gran Bretaña. Probablemente un factor importante fue la falta de carbón, pero esto son cosas que nunca se terminarán de saber, ya que, por ejemplo, el núcleo industrial vasco surgió del intercambio de hierro por carbón que mantuvo con Inglaterra. Eran otros tiempos ya, la industrialización ya estaba muy avanzada, pero de igual forma que Inglaterra no teniendo yacimientos relevantes de hierro salió adelante ¿por qué no pudo hacerlo Holanda? Pero esto ya sería una cuestión diferente que no nos incumbe en este trabajo. Lo importante es que, a partir del despegue inglés, prácticamente todo lo que se hizo con posterioridad fue una copia del modelo de éxito que se había producido en las Islas. De tal forma que hay que tener muy en cuenta cómo se desarrolló en la primera etapa, porque ese modelo se trató de imitar, con más o menos éxito, a lo largo y ancho de Europa.
La revolución industrial fue una quiebra con lo anterior, pero no lo fue tanto el capitalismo. De hecho el capitalismo, o protocapitalismo, fue una ruptura con el modelo feudal (y éste había sido una ruptura con el sistema esclavista); en el sistema feudal también había excedente económico, fruto del trabajo de las clases trabajadoras, del cual se beneficiaban mayoritariamente las clases dominantes, pero éste no se reinvertía en un proceso creador de nuevos excedentes, capaces de asegurar la acumulación y reproducción sistemáticas del capital. Durante toda la Edad Moderna sí que se intentó, y se consiguió parcialmente el éxito del capitalismo. Sin embargo, se tuvo que esperar a la Inglaterra de finales del siglo XVIII para que el sistema que había ido surgiendo e imponiéndose lenta e irregularmente, encontrara su medio ideal de desarrollo.
Inglaterra contaba a mediados del XVIII con la mayor flota comercial del mundo, dominaba militarmente los mares, lo cual le daba mayor seguridad en sus transacciones; merced a las inmejorables cosechas del periodo 1730-55, se consiguió un considerable aumento de la población, generando así un mayor mercado interior. En el campo se habían producido una serie de cambios que aumentaron la productividad por hectárea y que, además, expulsaron a un considerable número de gente del campo a las ciudades. Los famosos “enclosures” o cercamientos, sancionados por el Parlamento, favorecieron que los terratenientes consolidaran sus propiedades y las integraran en la estructura capitalista, acabando así con el sistema de colonos; con menos brazos para trabajar en el campo se necesitaban sistemas más intensivos que cubrieran esa falta de gente, lo cual favoreció la mecanización. Al mismo tiempo, esa gente se convirtió en la mano de obra abundante y cualificada para el trabajo en las distintas industrias (la pluriactividad campesina les había dotado de amplios conocimientos artesanales) que serían la primera generación de clase proletaria. El sistema político era probablemente el más avanzado de toda Europa, lo cual daba una libertad de iniciativa que no existía en otros puntos, por ejemplo, ahí donde los gremios seguían dominando la producción.
En Inglaterra los medios de comunicación eran relativamente sencillos, ya que había una serie de canales navegables que daban seguridad y continuidad en los mercados locales, además de no contar con una orografía excesivamente complicada. La red comercial que los mercaderes británicos tenían a lo largo y ancho del mundo, generó la necesidad de unas líneas de crédito rápidas y eficientes. Se produjo una retroalimentación entre la industria del carbón y la metalúrgica; en 1708 ya se descubrió la utilidad del carbón mineral para la fundición del hierro. Sin embargo su explotación era todavía muy primitiva y además estaba el problema de acceder a vetas profundas. El agotamiento de los bosques (actualmente y sin sufrir una explotación directa en Gran Bretaña queda menos de un 10 % de zonas boscosas), a raíz de la ampliación del área agrícola y el gran consumo que generaba la construcción naval puso en decadencia la explotación del carbón vegetal y favoreció la del mineral. El ejemplo máximo de la retroalimentación que se dio entre la industria sidometalúrgica y el carbón fue que la máquina de vapor sirvió en principio para bombear agua de las minas de carbón, después, ya vino el resto.
Así que recapitulando vemos que para que en un país triunfara la industrialización básicamente se necesitaba:
- Una flota comercial.
- Cierta importancia militar.
- Una mayor producción y/o productividad agrícola.
- Densidad poblacional.
- Ruptura política y económica con el Antiguo Régimen.
- Facilidad en los medios de comunicación interiores.
- Medios energéticos (carbón) y una industria previa.
- Sistemas de banca modernos.
De tal forma que, si transponemos estos parámetros al Estado español, nos daremos cuenta de que faltaban cosas fundamentales, aunque se disponía de alguna de esas potencialidades y alguna otra de la que carecía Gran Bretaña. Además de que mientras eso sucedía en Gran Bretaña en España todavía se estaba con el Despotismo Ilustrado, y cuando ese sistema empezaba resquebrajarse y la sociedad demandaba más de lo que se le estaba dando surgió la Revolución Francesa. Fruto de esa revolución las clases dirigentes se asustaron y trataron de poner freno a tímidas reformas que se habían ido haciendo o planteando. Unos años más tarde, se entró de lleno en las guerras napoleónicas, que ejercerían de fractura entre la evolución natural de la dinámica que iba llevando la sociedad. El fin de la guerra, la llegada al trono de un absolutista como Fernando VII de Castilla (IV de Aragón) y la pérdida de la mayoría de colonias americanas marcaron la pauta de la primera recuperación. Excluido el trienio liberal (1820-23), en lo político y lo social fue una etapa de recesión, la lenta recuperación económica, marcada por la vuelta a la “normalidad” tras la revolución sobre el papel que significó la Constitución de 1812, esto es, los privilegios, las contribuciones indirectas, los gremios, los privilegios de la Mesta, volvió la Inquisición, el régimen señorial, se devolvieron los bienes a la Iglesia y se exigieron de nuevo pruebas de nobleza para entrar en el ejército. Es decir, se favorece el inmovilismo mientras que en otros países ya se está tomando buena cuenta de todo lo que se ha adelantado en Inglaterra.
Así se llega a 1833, momento en que Isabel II accede al trono, se aprueba el Estatuto Real, carta otorgada que está pensada por y para la burguesía, voto censitario (0,15 de la población), sistema bicameral y acomodo de los nuevos ricos con ambiciones (burgueses) con la antigua nobleza. Ante estos tímidos avances surge un movimiento contrario, el Carlismo. Una ventaja para la implantación del Estado liberal fue la existencia de ingresos suficientes para hacer frente a la guerra planteada; así pues se tuvo que acelerar una vieja reivindicación, la Desamortización, la Iglesia fue desposeída de la mayoría de sus tierras para que fueran puestas en cultivo. Esto favoreció que, sin aumentar la productividad, sí que se generara mayor producción agrícola que mantuviera a la creciente población.
Al calor de un Estado que ahora sí que empezaba a mirar de reojo a Gran Bretaña, los burgueses catalanes aprovecharon las rentas generadas con el comercio de licores que mantenía Barcelona con Cuba, la tradición manufacturera de telas anterior y la proximidad con el Estado Francés, para crear en Barcelona el primer núcleo industrial moderno del Estado. Hasta entonces sí que había habido iniciativas industrializadoras anteriores en Andalucía, pero éstas no llegaron a prosperar. El resto del Estado siguió como siempre, hubo crecimiento económico “tradicional”, esto es, basado en nuevas roturaciones, intensificación de la mano de obra (barata y abundante) y avances demográficos moderados pero constantes. Sólo Madrid, por la condición de capitalidad se salvaba, tenía una densidad urbana considerable, unas rentas acumuladas importantes y además era la meca de multitud de mercaderes de provincias que veían en su traslado a Madrid una oportunidad para el desarrollo económico que no tenían en su lugar de origen. Eran gente dinámica apartada de la riqueza especulativa de los nobles y terratenientes, capaces de llevar adelante empresas que convirtieron a Madrid en la punta de lanza del capitalismo contemporáneo estatal.
El Estado dejaba obrar, en todo caso tampoco tenía prácticamente nada que hacer excepto legislar, y el sistema impositivo daba lo justo para mantener el ejército y las infraestructuras mínimas. Mientras que en Inglaterra fue la iniciativa privada la que llevó adelante las grandes infraestructuras, ferrocarril, carreteras, canales de pago, etc. en España eso no podía ocurrir, porque aunque quisiera el Estado tampoco tenía medios para financiarlos, o al menos no en la medida en la que se hubiera necesitado
En los decenios 1850-60 y parte de los 70, sí que es cierto que se sientan algunas bases materiales, que permitirán la ampliación de las capacidades productivas de la economía estatal. Llegan capitales extranjeros (Inglaterra y Francia principalmente), se impulsa la construcción de la red ferroviaria (con más de 25 años de retraso respecto a Inglaterra), se empiezan a explotar a gran escala los recursos del subsuelo y se crea una red bancaria sensible a la inversión industrial. Sí que es cierto que si no es por esta inversión extranjera una parte del equipamiento industrial de la segunda mitad del ochocientos no hubiera sido posible. Pero eso obligó a la siempre apremiada Hacienda española a compensar indirectamente a los acreedores extranjeros, además de que hubo una escasa repercusión en la realidad industrial española, se facilitó la expoliación de los recursos metalíferos, las compañías extranjeras apenas hicieron pedidos a las fábricas españolas para poner en marcha esos proyectos y por último existió una reducida demanda de transporte años después de haberse completado los primeros ejes radiales ferroviarios.
Y aquí está, en mi opinión, uno de los principales problemas: se dio por supuesto que lo que había funcionado en Gran Bretaña o en el Estado francés había de funcionar igual aquí. Craso error, las circunstancias de unos países y otros eran muy distintas. Ahora se plantea que la solución económica universal consiste en aplicar el capitalismo occidental bajo el paraguas de democracias liberales; es lo que se está llamando globalización. Entonces no había globalización, no existía el Fondo Monetario Internacional para decir qué debía hacer cada Estado, sin embargo sí que hubo un efecto arrastre de la fórmula triunfante, si había funcionado a la perfección en Holanda ¿por qué no en España? El capital extranjero vino llamado por el propio gobierno y actuó como cualquier multinacional contemporánea, se presentaron para ver qué podían sacar. Por otro lado, la llegada de empresas que tenían ventajas competitivas más que notables acapararon un mercado indefenso, en mantillas. En definitiva, se ofreció el caramelo (el dinero del que no se disponía aquí) a cambio de la hiel (hipotecar parte del futuro industrial y empresarial).
Lo ideal hubiera sido crear un modelo propio, como le ocurrió a EEUU, que no se subió al carro inglés (aunque sí que le llegaran sus avances). En Norteamérica y otros nuevos países, se especializaron en la agricultura, su sistema de producción desbordaba todo intento europeo por intentar igualarlo, aprovechando las etapas más librecambistas consiguieron acumular unos capitales que, adecuadamente invertidos, les colocaron en primera línea de salida de la segunda revolución industrial. Sin embargo, en España, se decidió seguir, aunque fuera a trompicones, el modelo inglés de desarrollo.
No obstante ya era tarde: a mediados del siglo XIX la suerte ya estaba echada, España había tomado un camino que le había de llevar a la convergencia con Europa o al fracaso. Empero la situación había de cambiar en un momento dado, en 1825 se decretó un arancel para intentar acabar con el contrabando surgido tras la Guerra de la Independencia. Después el arancel de 1841 ya fue de transición hasta el de 1849 más abierto al exterior, hasta el arancel Figuerola de 1869, que suprimió las restricciones a la importación y la exportación. Sin embargo, enseguida el gobierno de la Restauración inició una política proteccionista hacia los productos españoles. Fueron los propios empresarios y los grandes terratenientes los que empujaron al gobierno a tomar esta decisión, sus productos industriales o agrícolas no podían competir en precio con lo que llegaba de Gran Bretaña, EEUU o Argentina. Esta etapa sí que permitió ir afianzando la industria que se había ido desarrollando a lo largo del siglo XIX, así la industria vasca, catalana, madrileña, la de explotación asturiana o la agroindustria del interior tuvieron un avance merced al mercado interior estatal. Precisamente de 1878 a 1900 hay un total de 712.393 personas que cambian de una provincia a otra, en ese mismo periodo de tiempo las provincias de Madrid, Barcelona y Vizcaya reciben 409.058 inmigrantes de otros territorios.
Aunque lentamente, el ciclo demográfico moderno avanza, y cada vez sobran más brazos en el campo, así mismo, se van ensayando las nuevas técnicas agrícolas y se va introduciendo la maquinaria. Aparte del proteccionismo, el Estado no ejerce de factor activo a la hora de ordenar la industria, sí que con la legislación favorece su implantación, pero sólo ahí donde ya existe algo, no se plantea la posibilidad de equilibrar los distintos territorios. De tal forma nos encontramos con que Aragón que en 1800 tenía el 6,2 % de la población del Estado en 1991 sólo es 3 %, Extremadura pasa del 4,2 al 2,8 % o que Castilla y León pasa del 14,8 al 6,6 %. Por contra Madrid pasa del 2,4 % al 12,5 %, Cataluña del 8,1 al 15,6 % y Euskadi del 2,7 al 5,4 %.
La pregunta es: ¿Es esto normal? Y la respuesta es clara y meridiana: Sí, sin ambages, el sistema capitalista necesita distintos nutrientes, uno de ellos es mercado donde colocar todo lo que produce, necesita también mano de obra, y necesita sitios donde la producción obtenga una salida rápida. Esos sitios se generaron pronto en lugares concretos, Madrid, Barcelona y Bilbao principalmente y hacia allí partió una ingente cantidad de gente en busca de un futuro mejor. Este flujo de población continuo desde principios de siglo XX hasta la década de los 70, fue el que modernizó a nivel macroeconómico a España. Se generó un círculo virtuoso que consistía en menor número de gente en el campo, mayor productividad de la agricultura que permitía abastecer a la población urbana, al mismo tiempo la gente que emigraba a las ciudades encontraba trabajo en unas industrias que producían bienes para una sociedad de consumo, o se empleaba en el sector de la construcción que precisamente se encargaba de dar acomodo a toda la gente que venía del campo. Al mismo tiempo un turismo cada vez más pujante favorecía lenta y paulatinamente una terciarización parcial de la economía; y si no había trabajo suficiente la gente emigraba a Europa, con lo cual se convertían en fuentes de ingreso de divisas.
Pero todo círculo virtuoso tiene algo de luna, ya que la parte brillante oculta la parte oscura. Esa parte oscura es la España interior. El capitalismo no ha cambiado, sigue necesitando población, lo que pasa es que ahora la cantera poblacional en España se ha agotado, ahora ya no es gente de Palencia o Córdoba la que va a Madrid a ganarse la vida, ahora son personas de Gambia, Perú o China. Y es que la globalización afecta tanto a la macroeconomía como a las gentes que la conforman. Densidades poblacionales casi esteparias como la de Aragón (24,7 hab./km2) o Castilla la Mancha (21,6 hab./km2) revelan que el crecimiento virtuoso de la segunda mitad del siglo XX ha dejado por el camino a determinados territorios. La especialización agrícola que supuso de hecho la emigración ha abocado al conjunto de la España interior a una situación de difícil retorno. La agricultura emplea cada vez a menos personas, los niveles de tecnificación son máximos, la próxima reforma de la PAC no augura horizontes más alentadores y las alternativas son difíciles de implantar.
En el Estado español no hubo planificación territorial, los polos de desarrollo franquistas no tuvieron una orientación seria, constante e interesada por parte del gobierno. Allí donde más o menos triunfaron fue porque la dinámica industrial previa ya existía, el foco de Zaragoza sirvió básicamente para que empresas ya asentadas ampliaran instalaciones, en Valladolid las empresas que se instalaron (FASA v.g.) lo hicieron más mirando la situación estratégica de la provincia (orientada tradicionalmente para el intercambio de productos entre el norte cantábrico y las mesetas) que a los posibles incentivos estatales, de polos como el de Burgos ya nadie se acuerda... Así pues, en el conjunto del Estado tenemos la organización territorial, en lo que a población e industria se refiere, que el capitalismo ha construido, con unas diferencias abismales y con una clara y manifiesta especialización.
Sólo se han librado de esa maldición aquellas zonas del interior que por causas diversas han desarrollado alguna alternativa. Aragón y más concretamente el valle del Ebro es un claro ejemplo: Zaragoza, la quinta ciudad en importancia del Estado, tiene una sólida base industrial. Su característica fundamental es el estar en un eje de comunicaciones excelente, entre Barcelona y Madrid y entre Bilbao y Valencia, además de estar cerca de la frontera francesa. Estas ciudades, ya saturadas en algunos casos de industrias y empresas, sirven de difusoras de iniciativas, ideas y proyectos, además es lógico pensar que si una empresa ubicada en Barcelona desea hacer una nueva planta piense en Zaragoza, por su proximidad, por ser ya una ciudad con determinado nivel de servicios que garantizan el buen funcionamiento de las distintas plantas industriales, por no estar saturada y poder conseguir un solar más barato que en Barcelona y que, a priori, se revalorizará notablemente y por ser ya centro de empresas con éxito (General Motors; Balay, Imaginarium...). Razones similares puede tener una empresa madrileña para ampliarse en Valladolid o Sevilla, por ejemplo.
Sin embargo, estamos hablando de excepciones puesto que provincias como Teruel, Palencia o Soria no tienen ni de lejos las oportunidades de Zaragoza, ni siquiera las oportunidades de Lleida. ¿Qué les queda? ¿Seguir haciendo lo que se espera de ellas? Esto es, unas provincias con una capital administrativa desde donde se lleve la gestión del territorio, con una población envejecida, una agricultura y una ganadería que no dan más de sí, que funciona a base de estar subvencionada, porque de otra manera sería deficitaria. Convertirse en reservas de caza, en parques temáticos de verano, en los que se reúna la gente que un día vivió allí y diga que hubo un tiempo donde tuvieron más población que la provincia de Vizcaya, en lugares de descanso de la gente de las ciudades, estresada por el nivel de vida que llevan, en pistas de esquí en invierno y parque nacionales en verano... Eso sería lo que diría la lógica de mercado, aunque si fuese por la lógica de mercado en Aragón todo el mundo debiera estar viviendo ya en Zaragoza y alrededores, ya que, aunque se tuvieran que construir 7 hospitales nuevos, 20 institutos y otros tantos colegios, saldría más rentable que tener a la gente tan dispersa como está ahora por el territorio, sólo se necesitaría gente en las actividades rentables (esquí, casas rurales, turismo, centrales hidroeléctricas y térmicas y poco más) y eso serían en su mayoría actividades temporales.
Sin embargo la lógica de mercado todavía no ha podido con la “irracionalidad” de mucha gente que sigue apegada al sitio que le vio nacer y crecer. Así que, dado que no podemos optar por soluciones estalinistas de movimientos forzosos de población, tendremos ahora que idear métodos, sistemas, ideas, que hagan más rentable la estancia de personas en medios, a priori, poco idóneos. Hasta ahora ha sido el capitalismo el que ha impuesto sus criterios a la hora de ordenar poblacionalmente a España, lo que se habría de conseguir a partir de este momento es que el Estado tomara realmente conciencia de su papel de dinamizador de un país, que se favoreciera la iniciativa privada, sí, pero que donde ésta no pudiera o no quisiera llegar, sí que lo hiciera la res publica. De momento, hasta que cambiemos de sistema, se ha demostrado que el capitalismo necesita un Estado fuerte, y que un Estado fuerte puede sacar unas potencialidades casi increíbles al sistema capitalista, todo es cuestión de que entre todos consigamos hacer que la cosa pública sea de verdad de todo el mundo, de los que viven en Zaragoza y de los que viven Banariés (Plana de Uesca).
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