lunes, octubre 06, 2025

Sobre el “hispanchismo” y la división en la ultraderecha.

 


 

Los términos "hispanchista" e "hispanchismo" son unos neologismos recientes y peyorativos que han surgido principalmente en debates políticos en redes sociales y medios de comunicación en España, especialmente en círculos de la derecha y la extrema derecha. No es un concepto académico o histórico establecido, sino una crítica interna a ciertas posturas ideológicas.
 
"Hispanchismo" es una deformación intencional de "hispanismo", es decir la idea de "hispanidad" como comunidad cultural compartida entre España y los países de habla hispana, promovida desde el siglo XIX por figuras como Ramiro de Maeztu y que durante el franquismo se utilizó como eje ideológico. El sufijo "-chismo" (de "panchitos") lo convierte en un insulto que implica una visión degradada de la hispanidad. Apareció en discusiones en X (Twitter) y artículos de opinión en el verano de 2025, como en La Gaceta o Vozpópuli, donde se critica a quienes defienden la inmigración de América Latina como "hermanos culturales" en detrimento de una identidad española "pura".
 
Usan este término los sectores de la extrema derecha identitaria o "nacionalista étnica" (autodenominados "hispanazis" o "identitarios"). Ven el "hispanchismo" como una traición a la "españolidad pura" (europea, cristiana, no mestiza). Argumentan que la verdadera hispanidad histórica era "llevar España a América" (civilización, lengua, catolicismo), no "traer América a España" vía inmigración descontrolada. Critican que esto ignora problemas reales como la saturación de servicios, bajos salarios, vivienda y delincuencia asociada a la inmigración irregular, independientemente del origen.
 
Los críticos del "hispanchismo" insisten en que no hay diferencia sustancial entre la inmigración de Latinoamérica y la de países musulmanes o africanos en términos de impacto: ambas generan sobrecarga en el Estado de bienestar, competencia laboral, delincuencia y erosión cultural.
 
Y aquí entran PP y VOX, es verdad que VOX ha mantenido un perfil bajo en lo que respecta a la crítica a la inmigración latinoamericana (la más numerosa en España si sumas todas las nacionalidades), centrándose en contra de la inmigración africana y musulmana. Por un lado he pensado que la proximidad lingüística y cultural podían hacer de escudo frente al racismo y xenofobia de VOX, por otro, como soy malicioso, he pensado que las élites económicas de Venezuela y otros países latinos han comprado mediante lobbies y favores a la prensa digital de derechas y mandatarios de VOX para evitar la equiparación con otros inmigrantes.
 
En cualquier caso observo cómo el consenso dentro de la ultraderecha para excluir a los latinoamericanos de su retórica antiinmigración más feroz se está resquebrajando, y el término "hispanchismo" es la prueba clave de esa fractura interna.
 
Así que no es casual que Feijóo declarase el 25 de septiembre que desde el PP se primaría a los inmigrantes con afinidad cultural, es decir la inmigración latinoamericana.
 
Esto va a empujar a VOX a repudiar también a la inmigración latinoamericana si es que quiere separarse y diferenciarse del PP. Para los sectores más radicales y puristas de la base de VOX, cualquier concesión es una traición. Su ideario no se basa en matices culturales o históricos, sino en principios absolutos de soberanía, etnonacionalismo y control fronterizo estricto.
 
Así que quizá veamos al PP defendiendo la inmigración latina por oposición a la africana y musulmana para quitar a VOX ese sector del voto conservador que pueda tener esa visión (aparte de intentar asegurarse el voto de los latinoamericanos con doble nacionalidad residentes en España que podrían ser alrededor de 1 millón y medio), mientras que VOX se escorará a posiciones todavía más excluyentes equiparando toda la inmigración para ganarse el voto de los españoles más etnicistas.
 
La gran paradoja, por tanto, se vislumbra en un futuro escenario de coalición. Un eventual gobierno conjunto del PP y VOX quedaría atrapado en la contradicción de sus propias estrategias: el PP, apostando por la selectividad cultural, y VOX, por la exclusión absoluta. Cualquier concesión de uno hacia el otro sería interpretada como una claudicación y debilidad ante su electorado, transformando lo que era una grieta terminológica en las redes en un pulso político real e insoluble. El "hispanchismo", por tanto, no es solo un insulto en una guerra cultural, es el espejo de una tensión estratégica que redefine los límites y las alianzas en la derecha española.

 

jueves, agosto 28, 2025

¿Por qué el capitalismo era más justo cuando tenía un rival?

 



Hubo un tiempo, no tan lejano, en el cual el mundo occidental pareció encontrar la fórmula mágica. Un obrero en una fábrica, con un solo salario, podía comprar una casa, mantener una familia, tener un coche y hasta irse de vacaciones. Era el sueño de la clase media, alcanzado por millones de trabajadores en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Y aquí, cada país tiene su Mesías, socialdemocracia en algunos, democristianos en otros e incluso en España hay gente que habla de Franco (risa contenida). Este periodo que se dio en los países desarrollados occidentales, conocido como la "edad de oro del capitalismo", no fue un milagro. Fue una reacción. Una respuesta estratégica del sistema para sobrevivir a su único y formidable competidor: la Unión Soviética. Por eso, diferentes países con gobiernos muy dispares terminaron confluyendo en las mismas soluciones.

El contrapeso: cuando el capitalismo fue obligado a ser "humano"

Tras la devastación de la guerra, las élites políticas y económicas de occidente miraban con recelo hacia el Este. La URSS, aunque autoritaria, prometía algo radical: un mundo sin explotación, con pleno empleo, educación y sanidad universales y gratuitas. Para una clase trabajadora europea y americana que había vivido la miseria de la Gran Depresión, el mensaje era seductor. Además, la URSS había salido como una de las potencias victoriosas de la guerra, ganando gran prestigio entre las clases trabajadoras y generando temor en el empresariado capitalista.

El capitalismo se enfrentó a una disyuntiva: reformarse o arriesgarse a que su propia población abrazara la revolución. La solución fue lo que se conoció como el "Pacto Social". Un acuerdo tácito entre capital, trabajo y gobierno.

A cambio de paz social y de aceptar el sistema, los trabajadores recibirían salarios dignos, sólidos derechos laborales y un estado del bienestar robusto. Los impuestos a las grandes fortunas y corporaciones eran altísimos (incluso en EEUU el tipo marginal máximo superó el 90%), financiando escuelas, hospitales y pensiones. Los sindicatos, consiguiendo mejoras y avances, en el fondo, se convirtieron en un dique de contención contra el comunismo, gozando de un poder sin precedentes.

Era la "tercera vía", un concepto propugnado por Marx como un imposible, ya que creía que los dueños de los medios de producción jamás iban a ceder tanto. Se trató de un capitalismo domesticado por el miedo a la alternativa comunista. Como dijo en los años 50 el estratega de la CIA Paul Nitze, la mejor forma de ganar la Guerra Fría era "mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos". La prosperidad de la clase media era la mejor propaganda anticomunista.

Cuando todo saltó por los aires: Thatcher, Reagan y el primer asalto

El consenso no se rompió de golpe. En los años 80, con la URSS envejecida y estancada, su amenaza empezó a percibirse como menos urgente. Fue el momento elegido por dos líderes conservadores para lanzar el primer asalto al pacto de posguerra.

Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EEUU impulsaron con fervor ideológico las políticas del neoliberalismo. Desmantelaron el poder sindical (la huelga de mineros en Gran Bretaña o la de controladores aéreos en EE.UU.). Bajaron impuestos a los ricos y a las corporaciones con la teoría (totalmente desacreditada) de que la riqueza "gotearía" hacia abajo (trickle-down economics o efecto derrame). Iniciaron la narrativa de que "el Estado no es la solución, sino el problema" como dijo Reagan.

Demostraron que era posible revertir las conquistas sociales, incluso con la URSS aún en el mapa. Pero lo peor estaba por llegar...

1991: el año en el que se apagó el rival

La desaparición de la Unión Soviética fue celebrada en buena parte de Occidente como "el fin de la Historia". Su victoria absoluta eliminó la principal razón que obligaba a ser generoso con sus ciudadanos.

Sin un modelo alternativo que asustara a las élites, el contrapeso desapareció. El capitalismo ya no necesitaba demostrar que podía ser justo.

Quemando el tren para alimentar la locomotora

Lo que vino después fue una aceleración global de las ideas de Thatcher y Reagan. Los gobiernos, de izquierdas y derechas, como en la película de los hermanos Marx en la que queman un tren entero para alimentar la locomotora, comenzaron a "quemar" los recursos públicos para alimentar una locomotora con cada vez menos sentido para existir.

Privatizaron todo lo rentable: energéticas, telecomunicaciones, bancos, ferrocarriles...

Es cierto que, en el corto plazo, la venta de una empresa pública daba un chute de dinero a las arcas del Estado, permitiendo bajar impuestos o tapar agujeros presupuestarios sin tener que subir los impuestos, lo que es muy popular desde el punto de vista electoral. Pero, a medio y largo plazo, se ha demostrado que ha sido un desastre: el Estado se privó para siempre de los ingresos recurrentes (dividendos) que esas empresas generaban. Perdió herramientas para controlar sectores estratégicos (como la energía) y su capacidad para financiar servicios públicos se resintió gravemente.

Se creó un círculo vicioso: menos ingresos por privatizaciones y rebajas fiscales suponen menos dinero para sanidad y educación de tal forma que los servicios empeoran, así que se usa esa mala prensa como excusa para recortar más o privatizarlos.

Un mundo más rico, pero más inseguro

Hoy vivimos las consecuencias de aquella victoria. De hecho se está volviendo al capitalismo previo a la Unión Soviética, donde existe la familiarización del trabajo (todos los adultos en una casa deben trabajar para llegar a fin de mes) como ocurría con el proletariado del siglo XIX. Acceder a una vivienda es una quimera para la clase trabajadora. La desigualdad ha regresado a niveles de principios del siglo XX. Y el Estado, despojado de sus activos y con una fiscalidad debilitada, está más limitado que nunca para proteger a la ciudadanía en crisis como una pandemia o las subidas de precios de materias primas vitales.

El capitalismo funcionó mejor para la mayoría cuando se sintió amenazado. La existencia de un rival creó un equilibrio de poder que forzó la creación de una sociedad más igualitaria, algo que el propio Marx y sus seguidores consideraban imposible. La desaparición de la Unión oviética no marcó el fin de la historia, sino el inicio de una nueva era de inseguridad económica donde la promesa de que cada generación viviría mejor que la anterior ya no existe a no ser que nos refiramos a las personas millonarias o milmillonarias. Un recordatorio de que un capitalismo sin control estatal es muchísimo peor que el Leviatán teorizado por Hobbes.