miércoles, mayo 29, 2019

Lo que somos




Mi padre era un ser maravilloso.
Mi padre me pegaba.
Mi padre jugaba con nosotros después de volver del trabajo cansado y no le importaba hacerlo a nuestro nivel.
Mi padre era colérico.
Mi padre era cariñoso y colmaba de amor.
Mi padre tenía la mano ligera si hacía algo considerado inapropiado.
Mi padre es una persona a la que no echo de menos, porque siempre la tengo presente, solo se echa de menos a aquellas personas que olvidamos a ratos

Soy padre, tengo claro lo que me llenó y lo que me rompió el alma. Tengo claro que no pondré la mano encima a mis hijas porque sé de primera mano lo que eso conlleva. Tengo claro que voy a jugar con ellas, que voy a ponerme a su nivel y que no les va a faltar cariño, porque también sé lo que eso conlleva y significa.

Y sin embargo, precisamente tengo un vacío a la hora de gestionar actuaciones que sé cómo mi padre habría resuelto, y tengo ese vacío porque aunque sé cómo no voy a hacerlo, no siempre tengo claro cuál es la alternativa mejor.

Sí, he leído, he hecho cursos, he visitado y visito profesionales que me dan guías, pero la sensación de andar sobre el alambre en medio de la oscuridad, con suerte alumbrado por la luz de una vela tambaleante, sin cuerda de seguridad ni red, no sabiendo si lo haces bien o siquiera si estás yendo en la dirección adecuada genera angustia.

Y me he dado cuenta de que, en las relaciones con otras personas nos pasa algo parecido, tendemos a repetir los modelos observados, los modelos vividos. Con suerte lo que hayamos podido aprender relacionándonos con las iguales desde que somos pequeñas. Pero ahí donde encontramos un vacío referencial de cómo interactuar con el otro perdemos la orientación, no nos encontramos, nos podemos perder y perder a esa persona.

Y no, no se trata de santificar ni condenar nada, se trata de intentar comprender. ¿Comprendo a mi padre? Sí, entiendo que fue el producto de una época y unas circunstancias (nació en 1927), comprendo por qué actuó así, no entiendo que no se diera cuenta de que me rompía el alma cuando me pegaba, máxime cuando era también capaz de dar lo mejor que un hijo puede tener de un padre.

No considero tener ningún trauma y si pongo en la balanza sus cosas buenas y las malas, pesa más el lado de cosas buenas. Siendo optimistas puedo decir que su forma de ser me ha hecho pensar y razonar e intentar racionalizar muchas cosas. En última instancia, aunque sea por oposición, me gustaría pensar que soy (o intento ser) mejor persona.

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