España no está bien en la actualidad, pero es que a lo tonto modorro llevamos así 200 años, al que le le guste la historia aquí va un repaso de las últimas dos centurias.
España siempre ha buscado su
identidad y nuca la ha encontrado. Los Estados-nación europeos surgieron de
reinos existentes, de territorios que se independizaron (normalmente de un
imperio) o de la unificación de territorios independientes pero con unos lazos
comunes.
Francia sería el ejemplo de
Estado surgido de un reino “de toda la vida”, se supo reinventar en República
tras el convulso imperio napoleónico e intentos de reinstaurar la monarquía.
Grecia, que se independizó del Imperio Otomano buscó en su lengua, en su
religión y en su pasado un espejo donde intentar construir un futuro, Alemania
e Italia pasaron de la fragmentación a la unidad, buscando de nuevo un ideal en
el pasado.
España entró en el siglo XIX de
la mano de uno de los peores monarcas de la historia, aunque tampoco podemos
olvidar que tuvo el apoyo de parte de la población y de una parte importante de
las élites. Cierto que las élites más avanzadas fueron marginadas, perseguidas
o se exiliaron por “afrancesados”.
SIGLO XIX
España podía haberse construido
un futuro en base al pasado reciente, donde una buena parte de la población se
sintió unida frente al enemigo común (los franceses), pero el nuevo monarca, en
vez de intentar construir un reino nuevo, con el apoyo popular que tenía,
utilizando el populismo de haber vencido al mayor ejército de la época y
utilizar las partes positivas que suponían las ideas liberales de la Revolución
Francesa, se enrocó, y tras haber estado fuera, tras saber que el pueblo se
había desangrado en una brutal guerra, Fernando VII inició una nueva guerra
interior, a la caza del disidente. Se logró imponer la Constitución de 1812
durante el trienio liberal (1820-1823), pero las potencias europeas apoyaron la
reinstauración de un sistema absolutista, eso sí, le prohibieron que
reinstaurase la Inquisición, porque las potencias europeas eran absolutistas,
tradicionalistas y religiosas, pero es que ya en España se apuntaban maneras de
ultramontanismo.
A la muerte de Fernando VII se
podía haber iniciado un nuevo proceso constituyente, pero no, España quedó
dividida en (mínimo) dos facciones, los liberales, bajo el cobijo de una reina
no mucho mejor que su padre (Isabel II) y los carlistas. De estos episodios
habría mucho que hablar, puesto que las explicaciones o los orígenes y causas
del carlismo merecen un estudio aparte, pero la conclusión fue que no hubo una
idea básica y general de qué es lo que debía ser España. La última guerra
carlista (aunque ya mucho menos fuerte que las dos anteriores terminó en 1876).
Isabel II tuvo que salir por
patas tras la revolución de 1868, a partir de ahí se iniciaron una serie de
experimentos que no terminaron de cuajar, la monarquía constitucional de Amadeo
I de Saboya no pudo ser. Las “élites” del país que dirigían el proceso marearon
y putearon al nuevo monarca hasta que finalmente abdicó, la sociedad española
tuvo momentos de cierta efervescencia, después de muchos años de represión se
encontraba ante una situación nueva, nadie sabía exactamente por dónde ir, no
hubo un liderazgo político sino múltiples liderazgos, fragmentación y el peso
ideológico de la iglesia continuaba siendo brutal. La Primera República
Española fue breve, con distintos episodios, como el mal explicado cantonalismo,
que se ha vendido tradicionalmente como un proceso separatista centrífugo,
cuando en realidad fue otro intento fallido de crear una nueva España federal
desde la base, los cantonalistas, aunque se piense lo contrario, eran
profundamente españoles.
Se llega a la restauración, más
vale malo conocido que bueno por conocer, debió ser la opinión general, así que
de nuevo los Borbones regresaron al trono de España. Algo aprendieron de sus
errores, el carlismo excepto en las provincias vascongadas había desaparecido,
en el País Vasco mutó desde un vizcaísmo inicial hasta un nacionalismo vasco en
toda regla. En Navarra evolucionó hacia un navarrismo tradicionalista y
españolista (siempre que no les tocaran los fueros). En Cataluña también se
comienza a ver más allá de España, pero todavía a nivel muy tímido. La
Renaixença catalana, centrada a nivel cultural y al principio casi folclórico
fue evolucionando hasta dar apoyo a determinadas ideas políticas, pero eso ya
lo veremos.
Alfonso XII llega en el momento
justo, más inteligente que su madre y mejor aconsejado, alrededor de él se
monta todo el tinglado que se vino a llamar “Restauración”, la monarquía
constitucional era una fachada, hubo sufragio censitario hasta 1890, a partir
de entonces se aprobó el sufragio universal masculino, pero las cosas no
cambiaban mucho, las elecciones estaba amañadas, se produjo un turnismo que
podía dar sensación de avance y cambio, pero que era en el fondo una pantomima.
Aunque lo cierto es que el sistema fue funcionando y se produjeron distintos
avances. En economía la industrialización, aunque tímidamente, fue avanzando,
se iba produciendo un trasvase poblacional del campo a las ciudades y el
excedente demográfico (que era abundante) iba encontrando su camino fuera del
país, principalmente a Latinoamérica.
Alfonso XII tuvo la suerte de
reinar pocos años, solamente 10, de 1875 a 1885, digo que tuvo la suerte porque
le tocó bailar con la más guapa, una sociedad en calma (comparada con lo que
había sido en el pasado) desarrollo económico moderado pero aceptable,
estabilidad institucional y una maquinaria propagandística a su total servicio.
A su muerte llegó la regencia de María Cristina (1885-1902) y allí llegó un
golpe muy serio que hizo que la gente se diera cuenta de la realidad. A la
regente le tocó sin comerlo ni beberlo una guerra con EE.UU. Y de esa guerra,
de ese desastre, buena parte de la sociedad empezó a pedir cambios. Llegamos al
regeneracionismo. Sí, el sistema canovista de la Restauración había fracasado,
no había sabido renovarse, los vicios que tenía desde el principio habían
aumentado, mientras que las virtudes, nacidas para solventar los problemas de
una España muy distinta, habían menguado o desaparecido.
El desarrollo económico se vio
afectado por la pérdida colonial, la industria española no podía absorber la
cantidad de gente que se veía desplazada de los pueblos, la emigración no
bastaba, la educación era más que deficiente, en 1900 casi el 60% de la
población española era analfabeta (un 69,3% de las mujeres y un 77,2% de los
hombres) estas diferencias a nivel provincial eran todavía más brutales. Decir
simplemente que en Prusia 50 años antes (1850) el analfabetismo era de menos de
un 30% de la población. Aunque esto variaba y hubo países desarrollados que hasta
1870-80 no introdujeron la enseñanza primaria gratuita y universal (como
Francia o Gran Bretaña) las diferencias entre las tasas de analfabetismo
seguían siendo abismales, la expresión ‘África comienza en los Pirineos’ surgió
a finales del siglo XVIII o principios del XIX. Lo que en principio no era sino
una exageración burlesca, fue ganando verosimilitud, a pesar de los “avances”
la brecha entre España y la Europa del Norte a nivel cultural y económico fue
enorme. En España, si pensamos en la generalización de la enseñanza primaria
entramos en la segunda mitad del siglo XX.
El sistema de la Restauración
continuó, renqueante, haciendo cada vez más aguas, los pucherazos y las
manipulaciones de las elecciones no
dejaban de ser la tapa de una olla a presión que bullía sin saber cuándo podía
estallar. Con el inicio del reinado de Alfonso XIII (1902) se intentó la
reforma del sistema “desde arriba”. Fue un fracaso, se intentaban mantener los
privilegios de una parte de la sociedad y a cambio intentar implementar medidas
reformistas, era un equilibrio imposible, al Pueblo las reformas le sabían a
poco (o nada) a los privilegiados les asustaba que una masa enfurecida arrasase
con lo existente y cortara cabezas al estilo de la Revolución Francesa (todavía
muy presente porque no había ocurrido la revolución bolchevique).
SIGLO XX
España, en aras de buscar su ser
más auténtico y con ganas de entrar de nuevo en el club europeo se lanzó a
intentar controlar sus dominios coloniales, Guinea Ecuatorial y el Sahara
Occidental no le dieron mayores problemas, pero Marruecos era otro cantar. Los
habitantes de ese territorio eran orgullosos y combativos, no se consideraban
para nada inferiores a los españoles que decían que eran sus colonizadores y
desde el principio España (e incluso Francia) tuvo serios problemas con ese
territorio.
En esa España ya de pandereta
existía el servicio militar obligatorio, algo que se inició en época
napoleónica y que en cierta medida ayudaba a ganar derechos ciudadanos. Es un
proceso muy antiguo, les pasó a los plebeyos romanos, que luchaban en el
ejército y después de dar su vida y sus haciendas por Roma, no tenían derechos
políticos, así que iniciaron una serie de luchas en donde, al final, terminaron
adquiriendo los derechos ciudadanos plenos. En la Europa del siglo XIX donde
los Estados-nación se estaban construyendo surgió un Estado en cierta medida
protector, sobre todo de aquellos que habían luchado por él, Bismarck
estableció un sistema de pensiones para los mayores de 65 años (65 años era la
esperanza media de vida en aquella época para un hombre).
Bien, en España no funcionaba
exactamente así, mediante la modalidad de “redención a metálico y sustitución”
los mozos que pagasen de 2.000 a 1.500 pesetas podían librarse de la mili. Es
decir, que había un sistema para que los ricos se escaqueasen de la guerra.
Esto funcionó hasta 1912, a partir de entonces, la gente adinerada que no
quería ir a la guerra ya tenía que tirar de contactos, enchufismo y algún
pequeño soborno para librar a sus hijos de destinos peligrosos.
Las elecciones como se ha dicho
eran una pantomima, el partido conservador y el partido liberal se turnaban el
poder, previo a las elecciones se ponían de acuerdo en el número de escaños que
habían de sacar y el rey hacía de árbitro, el resto de partidos quedaban
marginados, teniendo representaciones exiguas sacadas en las zonas urbanas del
país, donde el caciquismo y el pucherazo eran difíciles de hacer funcionar. Esto
cambió en Cataluña tras la ley de jurisdicciones de 1906, y en las elecciones
de 1907 una amalgama de partidos (regionalistas, republicanos federalistas,
carlistas, republicanos nacionalistas) logró 41 de los 44 diputados en
Cataluña.
En 1909 acaeció la Semana Trágica
en Barcelona, donde los obreros se sublevaron contra una orden del gobierno de
movilizar a los reservistas (muchos de ellos padres de familia) para luchar en
Marruecos contra los cabileños, que habían atacado una instalación minera de
capital francés pero titularidad española, en manos del Conde de Romanones. La gente
se cabreó mucho, los ricos se escaqueaban, los pobres después de haber hecho
una mili de 4 años, los movilizaban de nuevo con un incierto futuro, sabiendo
que si morían sus familias quedarían absolutamente desamparadas y encima para
proteger los intereses financieros de una de las personas más ricas del país.
“Ser un Romanones” se utilizaba en la época para hablar de alguien de inmensa
fortuna.
Las clases pudientes, a salvo de
morir despellejadas por un marroquí harto de los españolitos, apoyaban con fervor
patriótico toda guerra contra los moros, la Iglesia en lugar de apoyar a la
clase obrera desamparada apoyaba la idea de una nueva cruzada por el
catolicismo en tierras ‘bárbaras’, no es de extrañar que algunos de los
soldados embarcados en el puerto de Barcelona tiraran al mar los escapularios y
medallitas que las pías aristócratas barcelonesas les habían dado
generosamente, al tiempo que gritaban “Abajo la guerra” y “Qué vayan los
ricos”.
Por no extendernos más, esto
llevó a una huelga que degeneró en conflictos y revueltas callejeras en
Barcelona, donde el componente anticlerical surgió y se produjo la quema y
saqueo de iglesias y conventos.
10.000 soldados ocuparon la
ciudad y pusieron fin a las revueltas. La represión fue dura, se detuvo a
varios millares de personas, de las que 2000 fueron procesadas, resultando 175
penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte. Además se
clausuraron los sindicatos y se ordenó el cierre de las escuelas laicas.
En lugar de ir al origen de los
disturbios, las desigualdades y la injusticia, se asumió que lo que estaba bien
era la política del gobierno y que lo que había que hacer era castigar a los
disidentes.
Me he entretenido en este
episodio porque es el modelo arquetípico de cómo funcionó durante el siglo XX
el poder en España, represión y violencia contra el diferente, sin piedad y
sobre todo sin ir a la base de los problemas.
Hubo una pequeña tregua
económica, la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial
(1914-1918) hizo que las potencias beligerantes compraran de todo a España a
casi cualquier precio. Se enriquecieron los de siempre (y mucho) los precios de
los alimentos y otros elementos básicos subieron enormemente, pero al menos
había trabajo y llegaba dinero. Cuando la guerra acabó los países europeos
dejaron de comprar a España, los precios se mantuvieron, los que especularon se
pudieron retirar con una buena ganancia pero el conjunto de la sociedad
(obreros y campesinos) terminaron empobrecidos.
Después del fracaso del sistema canovista,
el ejército, la burguesía y por supuesto Alfonso XIII, encontraron la solución
en una dictadura (1923). Primo de Rivera, “mi pequeño Mussolini” llegó a decir
de él el monarca. La intención era “poner en orden el país”, pero no se
consiguió, tras distintas etapas el sistema político-monárquico español,
altamente desprestigiado, se derrumbó en 1931, llegando la II República
española.
Mucho se ha hablado (y más que se
hará) sobre la república. Lo que no cabe duda es que fue otro Estado fallido,
incapaz de integrar al conjunto de los españoles en una empresa común, de nuevo
el sectarismo imperó y se tendió a aplicar la filosofía de “el juego es mío y
las reglas son las que yo diga”.
Simplemente, a pesar de los
pesares, es necesario romper una lanza a favor de la República. Su
excepcionalidad no fue la violencia política, en otros países europeos también
pasó. Sí que fue un intento de una nueva forma de España, pero no fue posible,
de nuevo otro fallo histórico. Tuvo múltiples dificultades, hubo un golpe de
Estado fallido del general Sanjurjo en agosto de 1932, una revolución cuyo foco
principal estuvo en Asturies con intención de tomar el poder en octubre de 1934
y ya por fin un nuevo golpe de Estado fallido que terminó en guerra civil.
Hay que hacer notar que el clima
de violencia política era grande, se calcula que en los 5 años aproximados de
existencia de la república hubo unas 2.500 muertes por causas políticas. De ese
total unas 2.000 son de la revolución de Asturies y de esas 2.000 más de 1.500
fueron de los mineros muertos en los combates y posterior represión. La
violencia política era algo común en Europa, pero es cierto que en España era
mayor, solo equiparable a los primeros años de la República de Weimar alemana,
pero señalar esa violencia como la causa y la justificación del alzamiento y
posterior represión franquista es una soberana estupidez.
El cómputo de muertes políticas durante
la república incluyendo la revolución de Asturies hace una media de 500 muertes
políticas por año. Una cifra muy alta, ciertamente, pero si tenemos en cuenta
que para “solucionar” esa violencia (según los apologetas del alzamiento) se
produjo una guerra civil en la que murieron más de medio millón de muertes (eso
sin contar a los que no nacieron, los que marcharon al exilio y el
empobrecimiento brutal que supuso para el conjunto de la población).
Pues bien, ahora cojamos esa
cifra (más de medio millón de muertes directas) y la dividimos entre 100 años,
¿con qué nos encontramos? Con 5.000 muertos por año. Es decir, que para
“solucionar” la violencia de la segunda república lo que se hizo fue
multiplicar por 10 el número medio de muertos por año durante más de 100 años.
La II República fue otro fracaso
español, cierto, otro Estado fallido más, pero por favor, que no nos vengan los
apologetas de la barbarie a decir que la mejor solución a esa violencia
política era multiplicar el dolor y la muerte.
Llegamos al franquismo, un Estado
rígido, autoritario, que no fuerte y que no unido. En la España franquista
estaban los ESPAÑOLES (con mayúsculas) y los malos españoles. Los malos
españoles eran los rojos, los demócratas en general (aunque fueran de
derechas), los ateos/agnósticos, los homosexuales, los nacionalistas
periféricos y básicamente cualquiera que no comulgara con los principios
fundacionales del régimen. De nuevo otro Estado fallido, incapaz de integrar a
la mayoría de las personas.
Y llegamos a la “modélica”
transición, que tiene similitudes y líneas paralelas con la Restauración
borbónica de 1875, la historia es así de caprichosa, 100 años después llegó al
trono el bisnieto de Alfonso XII.
La transición funcionó bien, en
base a dos premisas, los rojos se olvidaban de 40 años de represión y
humillación y el franquismo se integraba en el sistema democrático. No hubo
depuración de jueces, militares o policías que participaron en la represión,
pasaron a depender de la nueva estructura estatal, al disolverse la falange a
muchos de sus cargos los convirtieron por arte de birlibirloque en
funcionarios, ¡tachán!
La transición fue como un puente
por el que antes solo pasaban coches y a partir de cierto momento dejaran
circular también a camiones. Se suponía que con el tiempo se mejorarían los
pilares, se ensancharían arcenes y se arreglarían los baches, mientras tanto la
funcionalidad del puente dependía de que los que lo utilizaran condujeran con
suma moderación.
Pero el puente no fue arreglado,
someramente parcheado en algún caso y claro, la gente se cansó de ir despacio,
después de tanto tiempo la solución provisional cada vez se mostraba más
obsoleta e inútil. Además de que cada vez más gente pasaba de utilizar el
puente y o bien utilizaba otros medios o bien no le dejaban pasar dependiendo
de la carga que llevase.
SIGLO XXI
Nos encontramos de nuevo en una
etapa donde el regeneracionismo costiano está de moda. De nuevo el gobierno
intentará solucionar los problemas “desde arriba” y de nuevo fracasará, para
reformar en serio y creíblemente la sociedad
habría que desmontar los chiringuitos de los privilegiados, de los cuales ellos
mismos forman parte.
España es un Estado fallido, a
día de hoy el conjunto de España se empobrece día a día, lo cual lleva a la
desesperanza, al cabreo y a la descohesión. España, otra vez y si en alguna
ocasión había dejado de estarlo, está desprestigiada. El lema catalán de
“Independencia para cambiarlo todo” es bastante significativo. Si España no
funciona como debería y si se considera que ya se ha hecho lo suficiente, es
normal que entre la gente surja la alternativa de quererse salir del cortijo de
los de siempre. Otra cosa es que el nuevo minicortijo vaya a ser mucho mejor,
pero ese ya es otro tema.
La gente de los territorios sin
una identidad propia que les empuje fuera de la idea de España, siguen la
política desesperanzados, los griegos hablaban de un triángulo: democracia,
demagogia y dictadura, de momento la democracia en su sentido etimológico
brilla por su ausencia, la demagogia asoma sus orejas y lo que esté por venir todavía
no lo sabemos.