domingo, marzo 23, 2014

España Estado fallido

España no está bien en la actualidad, pero es que a lo tonto modorro llevamos así 200 años, al que le le guste la historia aquí va un repaso de las últimas dos centurias.


España siempre ha buscado su identidad y nuca la ha encontrado. Los Estados-nación europeos surgieron de reinos existentes, de territorios que se independizaron (normalmente de un imperio) o de la unificación de territorios independientes pero con unos lazos comunes.

Francia sería el ejemplo de Estado surgido de un reino “de toda la vida”, se supo reinventar en República tras el convulso imperio napoleónico e intentos de reinstaurar la monarquía. Grecia, que se independizó del Imperio Otomano buscó en su lengua, en su religión y en su pasado un espejo donde intentar construir un futuro, Alemania e Italia pasaron de la fragmentación a la unidad, buscando de nuevo un ideal en el pasado.
España entró en el siglo XIX de la mano de uno de los peores monarcas de la historia, aunque tampoco podemos olvidar que tuvo el apoyo de parte de la población y de una parte importante de las élites. Cierto que las élites más avanzadas fueron marginadas, perseguidas o se exiliaron por “afrancesados”.

SIGLO XIX

España podía haberse construido un futuro en base al pasado reciente, donde una buena parte de la población se sintió unida frente al enemigo común (los franceses), pero el nuevo monarca, en vez de intentar construir un reino nuevo, con el apoyo popular que tenía, utilizando el populismo de haber vencido al mayor ejército de la época y utilizar las partes positivas que suponían las ideas liberales de la Revolución Francesa, se enrocó, y tras haber estado fuera, tras saber que el pueblo se había desangrado en una brutal guerra, Fernando VII inició una nueva guerra interior, a la caza del disidente. Se logró imponer la Constitución de 1812 durante el trienio liberal (1820-1823), pero las potencias europeas apoyaron la reinstauración de un sistema absolutista, eso sí, le prohibieron que reinstaurase la Inquisición, porque las potencias europeas eran absolutistas, tradicionalistas y religiosas, pero es que ya en España se apuntaban maneras de ultramontanismo.

A la muerte de Fernando VII se podía haber iniciado un nuevo proceso constituyente, pero no, España quedó dividida en (mínimo) dos facciones, los liberales, bajo el cobijo de una reina no mucho mejor que su padre (Isabel II) y los carlistas. De estos episodios habría mucho que hablar, puesto que las explicaciones o los orígenes y causas del carlismo merecen un estudio aparte, pero la conclusión fue que no hubo una idea básica y general de qué es lo que debía ser España. La última guerra carlista (aunque ya mucho menos fuerte que las dos anteriores terminó en 1876).

Isabel II tuvo que salir por patas tras la revolución de 1868, a partir de ahí se iniciaron una serie de experimentos que no terminaron de cuajar, la monarquía constitucional de Amadeo I de Saboya no pudo ser. Las “élites” del país que dirigían el proceso marearon y putearon al nuevo monarca hasta que finalmente abdicó, la sociedad española tuvo momentos de cierta efervescencia, después de muchos años de represión se encontraba ante una situación nueva, nadie sabía exactamente por dónde ir, no hubo un liderazgo político sino múltiples liderazgos, fragmentación y el peso ideológico de la iglesia continuaba siendo brutal. La Primera República Española fue breve, con distintos episodios, como el mal explicado cantonalismo, que se ha vendido tradicionalmente como un proceso separatista centrífugo, cuando en realidad fue otro intento fallido de crear una nueva España federal desde la base, los cantonalistas, aunque se piense lo contrario, eran profundamente españoles.

Se llega a la restauración, más vale malo conocido que bueno por conocer, debió ser la opinión general, así que de nuevo los Borbones regresaron al trono de España. Algo aprendieron de sus errores, el carlismo excepto en las provincias vascongadas había desaparecido, en el País Vasco mutó desde un vizcaísmo inicial hasta un nacionalismo vasco en toda regla. En Navarra evolucionó hacia un navarrismo tradicionalista y españolista (siempre que no les tocaran los fueros). En Cataluña también se comienza a ver más allá de España, pero todavía a nivel muy tímido. La Renaixença catalana, centrada a nivel cultural y al principio casi folclórico fue evolucionando hasta dar apoyo a determinadas ideas políticas, pero eso ya lo veremos.

Alfonso XII llega en el momento justo, más inteligente que su madre y mejor aconsejado, alrededor de él se monta todo el tinglado que se vino a llamar “Restauración”, la monarquía constitucional era una fachada, hubo sufragio censitario hasta 1890, a partir de entonces se aprobó el sufragio universal masculino, pero las cosas no cambiaban mucho, las elecciones estaba amañadas, se produjo un turnismo que podía dar sensación de avance y cambio, pero que era en el fondo una pantomima. Aunque lo cierto es que el sistema fue funcionando y se produjeron distintos avances. En economía la industrialización, aunque tímidamente, fue avanzando, se iba produciendo un trasvase poblacional del campo a las ciudades y el excedente demográfico (que era abundante) iba encontrando su camino fuera del país, principalmente a Latinoamérica.
Alfonso XII tuvo la suerte de reinar pocos años, solamente 10, de 1875 a 1885, digo que tuvo la suerte porque le tocó bailar con la más guapa, una sociedad en calma (comparada con lo que había sido en el pasado) desarrollo económico moderado pero aceptable, estabilidad institucional y una maquinaria propagandística a su total servicio. A su muerte llegó la regencia de María Cristina (1885-1902) y allí llegó un golpe muy serio que hizo que la gente se diera cuenta de la realidad. A la regente le tocó sin comerlo ni beberlo una guerra con EE.UU. Y de esa guerra, de ese desastre, buena parte de la sociedad empezó a pedir cambios. Llegamos al regeneracionismo. Sí, el sistema canovista de la Restauración había fracasado, no había sabido renovarse, los vicios que tenía desde el principio habían aumentado, mientras que las virtudes, nacidas para solventar los problemas de una España muy distinta, habían menguado o desaparecido.

El desarrollo económico se vio afectado por la pérdida colonial, la industria española no podía absorber la cantidad de gente que se veía desplazada de los pueblos, la emigración no bastaba, la educación era más que deficiente, en 1900 casi el 60% de la población española era analfabeta (un 69,3% de las mujeres y un 77,2% de los hombres) estas diferencias a nivel provincial eran todavía más brutales. Decir simplemente que en Prusia 50 años antes (1850) el analfabetismo era de menos de un 30% de la población. Aunque esto variaba y hubo países desarrollados que hasta 1870-80 no introdujeron la enseñanza primaria gratuita y universal (como Francia o Gran Bretaña) las diferencias entre las tasas de analfabetismo seguían siendo abismales, la expresión ‘África comienza en los Pirineos’ surgió a finales del siglo XVIII o principios del XIX. Lo que en principio no era sino una exageración burlesca, fue ganando verosimilitud, a pesar de los “avances” la brecha entre España y la Europa del Norte a nivel cultural y económico fue enorme. En España, si pensamos en la generalización de la enseñanza primaria entramos en la segunda mitad del siglo XX.

El sistema de la Restauración continuó, renqueante, haciendo cada vez más aguas, los pucherazos y las manipulaciones de las elecciones  no dejaban de ser la tapa de una olla a presión que bullía sin saber cuándo podía estallar. Con el inicio del reinado de Alfonso XIII (1902) se intentó la reforma del sistema “desde arriba”. Fue un fracaso, se intentaban mantener los privilegios de una parte de la sociedad y a cambio intentar implementar medidas reformistas, era un equilibrio imposible, al Pueblo las reformas le sabían a poco (o nada) a los privilegiados les asustaba que una masa enfurecida arrasase con lo existente y cortara cabezas al estilo de la Revolución Francesa (todavía muy presente porque no había ocurrido la revolución bolchevique).

SIGLO XX

España, en aras de buscar su ser más auténtico y con ganas de entrar de nuevo en el club europeo se lanzó a intentar controlar sus dominios coloniales, Guinea Ecuatorial y el Sahara Occidental no le dieron mayores problemas, pero Marruecos era otro cantar. Los habitantes de ese territorio eran orgullosos y combativos, no se consideraban para nada inferiores a los españoles que decían que eran sus colonizadores y desde el principio España (e incluso Francia) tuvo serios problemas con ese territorio.

En esa España ya de pandereta existía el servicio militar obligatorio, algo que se inició en época napoleónica y que en cierta medida ayudaba a ganar derechos ciudadanos. Es un proceso muy antiguo, les pasó a los plebeyos romanos, que luchaban en el ejército y después de dar su vida y sus haciendas por Roma, no tenían derechos políticos, así que iniciaron una serie de luchas en donde, al final, terminaron adquiriendo los derechos ciudadanos plenos. En la Europa del siglo XIX donde los Estados-nación se estaban construyendo surgió un Estado en cierta medida protector, sobre todo de aquellos que habían luchado por él, Bismarck estableció un sistema de pensiones para los mayores de 65 años (65 años era la esperanza media de vida en aquella época para un hombre).

Bien, en España no funcionaba exactamente así, mediante la modalidad de “redención a metálico y sustitución” los mozos que pagasen de 2.000 a 1.500 pesetas podían librarse de la mili. Es decir, que había un sistema para que los ricos se escaqueasen de la guerra. Esto funcionó hasta 1912, a partir de entonces, la gente adinerada que no quería ir a la guerra ya tenía que tirar de contactos, enchufismo y algún pequeño soborno para librar a sus hijos de destinos peligrosos.

Las elecciones como se ha dicho eran una pantomima, el partido conservador y el partido liberal se turnaban el poder, previo a las elecciones se ponían de acuerdo en el número de escaños que habían de sacar y el rey hacía de árbitro, el resto de partidos quedaban marginados, teniendo representaciones exiguas sacadas en las zonas urbanas del país, donde el caciquismo y el pucherazo eran difíciles de hacer funcionar. Esto cambió en Cataluña tras la ley de jurisdicciones de 1906, y en las elecciones de 1907 una amalgama de partidos (regionalistas, republicanos federalistas, carlistas, republicanos nacionalistas) logró 41 de los 44 diputados en Cataluña.

En 1909 acaeció la Semana Trágica en Barcelona, donde los obreros se sublevaron contra una orden del gobierno de movilizar a los reservistas (muchos de ellos padres de familia) para luchar en Marruecos contra los cabileños, que habían atacado una instalación minera de capital francés pero titularidad española, en manos del Conde de Romanones. La gente se cabreó mucho, los ricos se escaqueaban, los pobres después de haber hecho una mili de 4 años, los movilizaban de nuevo con un incierto futuro, sabiendo que si morían sus familias quedarían absolutamente desamparadas y encima para proteger los intereses financieros de una de las personas más ricas del país. “Ser un Romanones” se utilizaba en la época para hablar de alguien de inmensa fortuna.

Las clases pudientes, a salvo de morir despellejadas por un marroquí harto de los españolitos, apoyaban con fervor patriótico toda guerra contra los moros, la Iglesia en lugar de apoyar a la clase obrera desamparada apoyaba la idea de una nueva cruzada por el catolicismo en tierras ‘bárbaras’, no es de extrañar que algunos de los soldados embarcados en el puerto de Barcelona tiraran al mar los escapularios y medallitas que las pías aristócratas barcelonesas les habían dado generosamente, al tiempo que gritaban “Abajo la guerra” y “Qué vayan los ricos”.

Por no extendernos más, esto llevó a una huelga que degeneró en conflictos y revueltas callejeras en Barcelona, donde el componente anticlerical surgió y se produjo la quema y saqueo de iglesias y conventos.
10.000 soldados ocuparon la ciudad y pusieron fin a las revueltas. La represión fue dura, se detuvo a varios millares de personas, de las que 2000 fueron procesadas, resultando 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte. Además se clausuraron los sindicatos y se ordenó el cierre de las escuelas laicas.

En lugar de ir al origen de los disturbios, las desigualdades y la injusticia, se asumió que lo que estaba bien era la política del gobierno y que lo que había que hacer era castigar a los disidentes.
Me he entretenido en este episodio porque es el modelo arquetípico de cómo funcionó durante el siglo XX el poder en España, represión y violencia contra el diferente, sin piedad y sobre todo sin ir a la base de los problemas.

Hubo una pequeña tregua económica, la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) hizo que las potencias beligerantes compraran de todo a España a casi cualquier precio. Se enriquecieron los de siempre (y mucho) los precios de los alimentos y otros elementos básicos subieron enormemente, pero al menos había trabajo y llegaba dinero. Cuando la guerra acabó los países europeos dejaron de comprar a España, los precios se mantuvieron, los que especularon se pudieron retirar con una buena ganancia pero el conjunto de la sociedad (obreros y campesinos) terminaron empobrecidos.

Después del fracaso del sistema canovista, el ejército, la burguesía y por supuesto Alfonso XIII, encontraron la solución en una dictadura (1923). Primo de Rivera, “mi pequeño Mussolini” llegó a decir de él el monarca. La intención era “poner en orden el país”, pero no se consiguió, tras distintas etapas el sistema político-monárquico español, altamente desprestigiado, se derrumbó en 1931, llegando la II República española.

Mucho se ha hablado (y más que se hará) sobre la república. Lo que no cabe duda es que fue otro Estado fallido, incapaz de integrar al conjunto de los españoles en una empresa común, de nuevo el sectarismo imperó y se tendió a aplicar la filosofía de “el juego es mío y las reglas son las que yo diga”.

Simplemente, a pesar de los pesares, es necesario romper una lanza a favor de la República. Su excepcionalidad no fue la violencia política, en otros países europeos también pasó. Sí que fue un intento de una nueva forma de España, pero no fue posible, de nuevo otro fallo histórico. Tuvo múltiples dificultades, hubo un golpe de Estado fallido del general Sanjurjo en agosto de 1932, una revolución cuyo foco principal estuvo en Asturies con intención de tomar el poder en octubre de 1934 y ya por fin un nuevo golpe de Estado fallido que terminó en guerra civil.

Hay que hacer notar que el clima de violencia política era grande, se calcula que en los 5 años aproximados de existencia de la república hubo unas 2.500 muertes por causas políticas. De ese total unas 2.000 son de la revolución de Asturies y de esas 2.000 más de 1.500 fueron de los mineros muertos en los combates y posterior represión. La violencia política era algo común en Europa, pero es cierto que en España era mayor, solo equiparable a los primeros años de la República de Weimar alemana, pero señalar esa violencia como la causa y la justificación del alzamiento y posterior represión franquista es una soberana estupidez.

El cómputo de muertes políticas durante la república incluyendo la revolución de Asturies hace una media de 500 muertes políticas por año. Una cifra muy alta, ciertamente, pero si tenemos en cuenta que para “solucionar” esa violencia (según los apologetas del alzamiento) se produjo una guerra civil en la que murieron más de medio millón de muertes (eso sin contar a los que no nacieron, los que marcharon al exilio y el empobrecimiento brutal que supuso para el conjunto de la población).

Pues bien, ahora cojamos esa cifra (más de medio millón de muertes directas) y la dividimos entre 100 años, ¿con qué nos encontramos? Con 5.000 muertos por año. Es decir, que para “solucionar” la violencia de la segunda república lo que se hizo fue multiplicar por 10 el número medio de muertos por año durante más de 100 años.

La II República fue otro fracaso español, cierto, otro Estado fallido más, pero por favor, que no nos vengan los apologetas de la barbarie a decir que la mejor solución a esa violencia política era multiplicar el dolor y la muerte.

Llegamos al franquismo, un Estado rígido, autoritario, que no fuerte y que no unido. En la España franquista estaban los ESPAÑOLES (con mayúsculas) y los malos españoles. Los malos españoles eran los rojos, los demócratas en general (aunque fueran de derechas), los ateos/agnósticos, los homosexuales, los nacionalistas periféricos y básicamente cualquiera que no comulgara con los principios fundacionales del régimen. De nuevo otro Estado fallido, incapaz de integrar a la mayoría de las personas.

Y llegamos a la “modélica” transición, que tiene similitudes y líneas paralelas con la Restauración borbónica de 1875, la historia es así de caprichosa, 100 años después llegó al trono el bisnieto de Alfonso XII.

La transición funcionó bien, en base a dos premisas, los rojos se olvidaban de 40 años de represión y humillación y el franquismo se integraba en el sistema democrático. No hubo depuración de jueces, militares o policías que participaron en la represión, pasaron a depender de la nueva estructura estatal, al disolverse la falange a muchos de sus cargos los convirtieron por arte de birlibirloque en funcionarios, ¡tachán!

La transición fue como un puente por el que antes solo pasaban coches y a partir de cierto momento dejaran circular también a camiones. Se suponía que con el tiempo se mejorarían los pilares, se ensancharían arcenes y se arreglarían los baches, mientras tanto la funcionalidad del puente dependía de que los que lo utilizaran condujeran con suma moderación.

Pero el puente no fue arreglado, someramente parcheado en algún caso y claro, la gente se cansó de ir despacio, después de tanto tiempo la solución provisional cada vez se mostraba más obsoleta e inútil. Además de que cada vez más gente pasaba de utilizar el puente y o bien utilizaba otros medios o bien no le dejaban pasar dependiendo de la carga que llevase.

SIGLO XXI

Nos encontramos de nuevo en una etapa donde el regeneracionismo costiano está de moda. De nuevo el gobierno intentará solucionar los problemas “desde arriba” y de nuevo fracasará, para reformar en serio y creíblemente la  sociedad habría que desmontar los chiringuitos de los privilegiados, de los cuales ellos mismos forman parte.
 
España es un Estado fallido, a día de hoy el conjunto de España se empobrece día a día, lo cual lleva a la desesperanza, al cabreo y a la descohesión. España, otra vez y si en alguna ocasión había dejado de estarlo, está desprestigiada. El lema catalán de “Independencia para cambiarlo todo” es bastante significativo. Si España no funciona como debería y si se considera que ya se ha hecho lo suficiente, es normal que entre la gente surja la alternativa de quererse salir del cortijo de los de siempre. Otra cosa es que el nuevo minicortijo vaya a ser mucho mejor, pero ese ya es otro tema.

La gente de los territorios sin una identidad propia que les empuje fuera de la idea de España, siguen la política desesperanzados, los griegos hablaban de un triángulo: democracia, demagogia y dictadura, de momento la democracia en su sentido etimológico brilla por su ausencia, la demagogia asoma sus orejas y lo que esté por venir todavía no lo sabemos.