Volvía el otro día del trabajo, era sobre la una de la madrugada y hacía una agradable temperatura. Vi como desde lejos se acercaban cuatro mujeres, 3 mulatas y una negra, al cruzarme con ellas la que iba un poco más rezagada se paró enfrente mío y me espetó un claro y seco '¿quieres follar?'
La observé un poco más detenidamente, era joven, unos 20 años escasos, mulata de piel canela, zapatos de tacón de aguja negros, falda corta, muy corta, que incluso bajo la escasa luz de las farolas dejaba claro que tenía unas bonitas piernas, vestido ceñido, sin estridencias, que mostraba un cuerpo bello y bien torneado, un collar sencillo del que pendía un pequeño crucifijo, una cara armoniosa con sensuales labios y pelo cuidadosamente alisado.
Pero lo que realmente no me puedo quitar de la memoria son sus ojos, preciosos, grandes, castaños y con una mirada triste, resignada e insondable. Me pareció que si Bambi se hubiera tenido que acostumbrar a ver morir a su madre todos los días, esa sería la mirada que finalmente transmitiría.
Por esa misma razón no aguanté la mirada y al tiempo que bajaba la cabeza le dije con una sonrisa triste 'No, gracias'. Seguí caminando hasta casa, con una extraña sensación de desazón y tristeza que tardó bastante en abandonarme, y que todavía ahora me embarga cada vez que recuerdo la mirada de esa chica.