"Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti." John Donne
La verdad es que esta cita siempre me ha gustado mucho, por ser cierta, por estar escrita de una forma bella y porque ayuda a poner las cosas en perspectiva. Todas debiéramos sentir la muerte de todas como si fuera una parte nuestra. Sin embargo eso no suele ocurrir, lo normal es que paseemos con indiferencia ante la muerte y el dolor ajeno.
Pero por eso mismo, cuando la muerte de una persona en concreto consigue aunar a cientos de miles de personas en un sentimiento de dolor y de pérdida, uno se siente reconfortado con la humanidad, siente que todavía nos queda un sentido de comunidad, unos vínculos que van más allá del propio egoísmo. Al mismo tiempo todo esto encumbra más todavía a la persona que ha conseguido hermanar a esta manada de lobos llamada humanidad.
Mi relación con Labordeta no fue más que tangencial, compañero de partido con el que coincidí en diversos actos y representante de CHA en las Cortes españolas (antes también en las aragonesas). Las veces que coincidí en actos de partido mostró su faceta más amable, aunque también en alguna ocasión sacó a relucir su sentido del malhumor. Como representante del partido era un verdadero grano en el culo de quienes teníamos una convicción soberanista aragonesa más fuerte. Como prueba baste la Carta a Labordeta que desde el ligallo de Chobenalla Uesca mandamos a Madrid.
Pero Labordeta no era un político, Labordeta era un persona que creía que Aragón se merecía más, y para conseguirlo se embarcó con una pandilla de esgarramantas, presentándose al Congreso de los diputados por Chunta Aragonesista en 1996, no consiguiendo salir en esa ocasión. José Antonio pudo haberse presentado por otro partido, con el PSOE hubiera conseguido salir, trabajar menos y lucir más, pero su opción fue apostar por un partido que en 1996 apenas si tenía 10 años de historia. A pesar de los pesares, a pesar de los defectos que tenía, ese dato es la esencia de Labordeta, era la persona que apostaba por lo que creía necesario, aunque desde fuera pareciese la batalla más desesperada e inútil. Quizá por esa colección de derrotas era dado a caer en la melancolía, crador de la IDA (Izquierda Depresiva Aragonesa) en la que todas hemos militado en ocasiones.
Allá donde estés José Antonio, tienes el aprecio de centenares de miles de personas, nuestro continente queda disminuído, pero con tu marcha has conseguido algo difícil (casi imposible) en nuestro país, que desde Jiménez Losantos, pasando por este que escribe, o por Jorge Romance o Aragonando, todas lamentemos que ya no estés entre nosotras, eso te hace más grande todavía.
La verdad es que esta cita siempre me ha gustado mucho, por ser cierta, por estar escrita de una forma bella y porque ayuda a poner las cosas en perspectiva. Todas debiéramos sentir la muerte de todas como si fuera una parte nuestra. Sin embargo eso no suele ocurrir, lo normal es que paseemos con indiferencia ante la muerte y el dolor ajeno.
Pero por eso mismo, cuando la muerte de una persona en concreto consigue aunar a cientos de miles de personas en un sentimiento de dolor y de pérdida, uno se siente reconfortado con la humanidad, siente que todavía nos queda un sentido de comunidad, unos vínculos que van más allá del propio egoísmo. Al mismo tiempo todo esto encumbra más todavía a la persona que ha conseguido hermanar a esta manada de lobos llamada humanidad.
Mi relación con Labordeta no fue más que tangencial, compañero de partido con el que coincidí en diversos actos y representante de CHA en las Cortes españolas (antes también en las aragonesas). Las veces que coincidí en actos de partido mostró su faceta más amable, aunque también en alguna ocasión sacó a relucir su sentido del malhumor. Como representante del partido era un verdadero grano en el culo de quienes teníamos una convicción soberanista aragonesa más fuerte. Como prueba baste la Carta a Labordeta que desde el ligallo de Chobenalla Uesca mandamos a Madrid.
Pero Labordeta no era un político, Labordeta era un persona que creía que Aragón se merecía más, y para conseguirlo se embarcó con una pandilla de esgarramantas, presentándose al Congreso de los diputados por Chunta Aragonesista en 1996, no consiguiendo salir en esa ocasión. José Antonio pudo haberse presentado por otro partido, con el PSOE hubiera conseguido salir, trabajar menos y lucir más, pero su opción fue apostar por un partido que en 1996 apenas si tenía 10 años de historia. A pesar de los pesares, a pesar de los defectos que tenía, ese dato es la esencia de Labordeta, era la persona que apostaba por lo que creía necesario, aunque desde fuera pareciese la batalla más desesperada e inútil. Quizá por esa colección de derrotas era dado a caer en la melancolía, crador de la IDA (Izquierda Depresiva Aragonesa) en la que todas hemos militado en ocasiones.
Allá donde estés José Antonio, tienes el aprecio de centenares de miles de personas, nuestro continente queda disminuído, pero con tu marcha has conseguido algo difícil (casi imposible) en nuestro país, que desde Jiménez Losantos, pasando por este que escribe, o por Jorge Romance o Aragonando, todas lamentemos que ya no estés entre nosotras, eso te hace más grande todavía.
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