Iba el otro sábado camino del curro, pensando en mis males, había dormido poco y mal, me dolían los riñones como no lo habían hecho en mucho tiempo, tenía fiebre y estaba compadeciéndome a mí mismo.
Al pasar en frente de una frutería vi a una pareja rebuscando en el contenedor, habían recogido ya dos o tres bolsas de frutas y verduras que los de la frutería habían tirado para evitar que se les pasara cara al domingo.
En ese momento mis males se hicieron terriblemente pequeños y mi autocompasión pasó a un quinto plano.
Era un matrimonio mayor, de unos setenta años, vestidos normalmente, trabajaban afanosamente y recogían las frutas con una extraña mezcla de dignidad y resignación. La vida es una mierda, pero antes de mirarnos nuestro ombligo conviene levantar un poco la mirada y reconsiderar el tanto por ciento de fiemo que nos ha podido tocar.
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